Todas las entradas por Rocío Fuentes-Ortea

Lovely Dew is Rocío Fuentes-Ortea

Caminando entre las bestias

 Se trata de una serie documental en la que se muestra cómo aparecieron en el planeta los antecesores de los animales que hoy pueblan la tierra. La obra, de la BBC (cadena televisiva inglesa), está dirigida por los mismos autores de Caminando entre dinosaurios, y cuenta con la más sofisticada tecnología en tres dimensiones. Esta producción constituye un ejemplo de las maravillas que se pueden lograr con una buena animación por ordenador, si se pone al servicio de un buen guión.

El documental refleja cómo vivían los animales prehistóricos que dominaron la tierra, después de la desaparición de los dinosaurios. Es una serie compuesta por seis episodios, de media hora cada uno de ellos. Gracias a técnicas de animación en 3D, se ha logrado recrear, con verosimilitud, el complicado movimiento de animales poco conocidos y ya extinguidos: criaturas que parecen un híbrido entre ave, reptil y mamífero; pájaros de media tonelada de peso; felinos de afilados colmillos… Al mismo tiempo, se describe la flora, y las condiciones climáticas que reinaban en aquel momento en el planeta.

La tecnología es la misma que la utilizada en Caminando entre dinosaurios, pero los animadores tuvieron que realizar un trabajo más sofisticado, ya que es mucho menos complicado imitar la piel de los dinosaurios que la de estas especies cubiertas de pluma y pelo. Por cada segundo de emisión, fueron necesarias más de 22 horas de trabajo.

Mi episodio preferido es uno en el que se narran las vicisitudes de la vida cotidiana de una ballena asesina (bascilasaurus), de dieciocho metros (cuatro veces el tamaño del tiburón blanco). La acción se desarrolla en la última etapa del Leoceno, que constituye el inicio del caos. Un sinfín de cambios climáticos se avecinan, amenazando a los mamíferos, que dominan ahora el planeta. El desastre comienza en el mar: El Tetis, que ocupa medio mundo. Allí habita esta ballena, que necesita 80 kilos de comida al día. Son malos tiempos, y no es fácil conseguirla. Las zonas acostumbradas a la lluvia se encuentran en sequía. La bascilasaurus, por otra parte, está encinta.

Es impresionante la facilidad con la que esta ballena acaba con la vida de una tortuga, como si su caparazón fuese endeble. La bascilasaurus busca comida en los lugares más improbables; está desesperada. En este episodio aparecen otros exóticos y originales animales, como los apidium (especie de primates), o el mirafidium, que parece el antepasado del hipopótamo, pero que, en realidad, está emparentado con el elefante, y cuyo peso es de 200 kilos. También aparecen rebaños de brontocia (dos veces más grandes que los hipopótamos de hoy día, pero con un cerebro tres veces menor). El androsarcus está emparentado con la oveja y la cabra, pero tiene piel de lobo. Tiene un metro de mandíbulas, y es carroñero. Todos los animales que se muestran en este episodio, constituyen posibles presas de la bascilasaurus. Creo que es original la manera en que se van uniendo, en el capítulo, las diferentes especies. Es espectacular poder ver a desconocidos animales luchando por la supervivencia diaria, en un hábitat adverso y complejo.

Al final, la bascilasaurus se alimenta con las crías de doradón, unas ballenas más pequeñas, y, de esta manera, evita su muerte, y la del feto que lleva dentro. Es la ley del más fuerte. Por fin, nuestra ballena asesina consigue parir. Su cría ha sobrevivido. Pero esto es sólo el comienzo del caos: el final del Leoceno. Un 20% de los seres vivos morirán.

Las imágenes de la serie son de una calidad extraordinaria, gracias a las nuevas tecnologías utilizadas (3D); la música, muy acertada en todo momento, proporciona cercanía al espectador, ya que es tensa y viva cuando los animales luchan por su vida, y sueve, cuando han conseguido su presa. Las melodías utilizadas mejoran la calidad de la serie en alto grado. El off no resulta de ninguna manera monótono, y, como la música, hace que el espectador se meta de lleno en la acción que se narra.

Creo que esta serie documental es un ejemplo de exactitud, belleza y, a la vez, espectáculo, ya que entretiene sobremanera. La precisión científica con la que trata los hechos es asombrosa, espectacular; y hace que el espectador se meta de lleno en ese mundo prehistórico tan atractivo.

Por otra parte, es importante destacar que, antes de esta serie, era elevado el número de misterios que encerraba esta época y estos animales prehistóricos. Nunca, anteriormente, se había elaborado un documental sobre estos. Nadie pensaba en ellos. Y, al ver estos capítulos, el espectador se adentra en un mundo nuevo: algo impensable hoy día, cuando ya está todo inventado, cuando todos los temas han sido tocados. Ha sido, sin duda, un gran acierto.

El pez bobo

 No puedo olvidar aquel olor, la inquietud de todos al preparar el cebo, la fuerza al tirar la caña, la incertidumbre y la tensión al aguardar en silencio… 

A nosotros nos iba la vida en aquello. Observé cómo uno feúcho se acercaba a aquel gusano enredado en la caña, y que a mí particularmente me parecía muy poco apetitoso. Lo olió, se separó de él, dio unas cuantas vueltas alrededor, volvió a olisquearlo… y picó. ¡Picó! Parecía que no iba a caer, pero al fin lo hizo.

 

¿Cómo podía ser tan estúpido? Peces como aquél eran los que daban mala fama.  Ahora sabía a qué se referían cuando hablaban del pez bobo: seguro que a peces como aquél. Yo nunca me dejaría coger. 

 

Edad madura = Edad basura

Sabios y algo más que respetables. Como tales eran considerados los ancianos en las sociedades tradicionales, en las que incluso llegaban a dirigir la política exterior. Ellos constituían la personificación de la experiencia; más aún, la culminación de ésta. Y como el hombre es un ser de crecimiento irrestricto (según yo, para siempre; según otros, sólo en vida), no resultaba complicado darse cuenta de cuánta grandeza podía llevar consigo una persona de edad avanzada. Eran otros tiempos.

Hoy día nadie aprecia esa particularidad. Quizá la avanzada tecnología desempeñe un papel principal en la desafortunada situación. Y es que gracias a esos nuevos conocimientos se aprende todo en tiempo récord. Nadie necesita escuchar a los abueletes, si uno se puede enterar de todo a través de Internet o viendo el programa o la serie de turno. El mundo ha alcanzado un ritmo frenético al que los mayores no pueden adaptarse y en el que parecen ser innecesarios. Un mundo irreconocible para ellos, en el que a pesar de todo se ven obligados a vivir.

El otro día escuché a mi abuela comentar lo extraño que le parecía que todavía no le hubiese llegado la tarjeta de Cortefiel, su tienda de toda la vida, desde que pidiera su renovación en octubre del año pasado. Siete meses, señores. Siete meses, y ni una valiente carta que se atreviese a comunicarle que, con 85 años, YA NO MERECE LA PENA hacerle una tarjeta. Eso lo dicen rojos de vergüenza y con una incipiente y repugnante gotilla de sudor, en el cara a cara con la familia cabreada de la susodicha víctima de nuestra despersonalizada sociedad. Eso sí, le echan la culpa, cómo no, a la distante e impasible financiera, que se encuentra en Madrid para que las protestas no le lleguen, y a la que critican para quedar bien con el cliente: «Uy… es que ni siquiera se molestan en mirar las cuentas corrientes, cómo son, ¿eh?». O sea que ya podría ser mi abuela Angela Chaning, que ni con ésas. A mí me da pena. Pero no de mi abuela, sino de todos ellos, por cafres.

Los individuos ya no son personas, sino números. El funcionalismo práctico, por el que una persona es alguien en la medida en la que tiene una función en la sociedad, nos nubla la vista y nos hace ilógicos. Pero ¿en qué lugar quedan entonces los ancianos? ¿Cuál es su función? El sistema anónimo que hemos creado ya se encarga de contestar: está claro que la de estorbar. Muchos deberían saber que no es posible que crezcan hojas, si se maltratan las raíces. Es una realidad: La edad madura se ha tornado basura. Y como el respeto puede presumir de ser una virtud justa, todos han de darse cuenta de que si uno no cuida de las generaciones pasadas, las venideras no hará lo propio con las actuales. Y esos, ahí no cabe duda, somos nosotros.

 

Siempre arriba

En un momento estás arriba y al otro estás abajo. ¿Quién no sabe eso? Pero una cosa es haberlo escuchado millones de veces, y otra muy distinta, vivirlo.

Me he quedado sin trabajo, con lo que no puedo pagar mi hostal en esta isla en la que no conozco verdaderamente a nadie. Y no puedo acudir a mi novio porque hoy ha decidido romper conmigo. Y, entre tanta cantidad de mierda, ya ni siquiera tengo la esperanza de ese otro amor que estaba naciendo en mi vida, porque perdí la oportunidad, al entregársela toda a mi relación. Al que me ha dejado. Al chico equivocado.

Se ha acabado otra etapa. Fui una loca. Hice lo que quise. Reí y lloré. Amé y odié. Fui adorada y non grata. Acosé y me acosaron. Dusruté y me aburrí. Lo di todo y nada. Tuve esperanza y ahora conozco la desesperación. He llorado tanto que mis ojos han cambiado de color. Son demasiadas cosas por las que derrochar lágrimas. Ni siquiera sé en cuál debo centrarme. No necesitaba tanto veneno para morir. Quisiera que el dolor desapareciese de repente. Pero eso significaría dejar de existir, y yo siempre encuentro ese rayo. Dios, déjame vaciarme de Amargura para poder sonreír por fin. Después me reiré de todo de nuevo, volveré a darme cuenta de que en la vida no hace falta preocuparse tanto por todo. Y entenderé que la risa trae más carcajadas a tu garganta. Y me reiré más. Me reiré tanto que lloraré otra vez. Lloraré sin ser consciente ya de si estaba alegre o deprimida, y entonces optaré por pensar que siempre es por alegría que yo lloro. Y algún día llegaré a creerlo.

Anoche soñé

Anoche soñé con un mundo distinto. Un lugar en el que los sueños se tornaban reales, si uno lo deseaba de verdad. Imaginé una realidad en la que si estudiabas durante cinco años, obtenías un título superior y salías a la calle con la mayor disposición, ansias infinitas de aprendizaje y tu mejor sonrisa conseguías un contrato.

Anoche soñé..

Pero sólo se trataba de eso: un sueño.

 

Reencarnación

– ¡Qué asco! Voy a matarla.

– ¡No, déjala!

– ¿Por?

– Porque es un ser vivo.

– Es un insecto. Y asqueroso, por cierto.

– Pero podría ser un antepasado tuyo reencarnado.

– Ahí le has dado. Me has convencido.

Y tras aquella sencilla frase nunca más sintió dudas sobre si era bueno o malo matar a un insecto. Si ese insecto sólo era un bicho repugnante, porque lo era, motivo suficiente para deshacerse de él. Pero si, además, aquella cosa era un antepasado suyo o de cualquier otra persona como castigo por haber llevado una mala vida anteriormente, entonces razón más que suficiente para ahorrarle el sufrimiento de unos meses más de vida anodina y amorfa.

Tardes de Chinchón

Mi abuela se da un aire, por no decir una fuerte ventisca, a aquella señorita… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí: ¡Rotenmeyer! Y no precisamente por el moño. Pero lo cierto es que, cuando pide algo, su tono muta y parece Heidi: «Anda, venga, tienes que llevarme al Café, que quedé con Estrellita, Lucita y Angelita (las Itas). Y déjame apoyarme bien en ti, que sabes que me acabo de operar la cadera».

Mi delgado y delicado brazo se resiente, pero la llevo. Yo no entiendo sus achaques, sus exigencias, sus tristezas. Ella no comprende por qué llevo el ombligo al aire en invierno, que salga por la noche en lugar de por el día, y que aborrezca jugar con ella y sus amigas al Chinchón, cuando supone algo «tan fenómeno»… Solía decirme a mí misma que era mi abuela la mala del filme; que es ella quien una vez fue joven y por eso debería entenderme a mí. Después me puse a pensar.

Nunca se trata de un conflicto generacional: la falta de entendimiento se da entre todos los seres humanos, y eso que somos los únicos seres vivientes poseedores de esa capacidad. «Antes de juzgar, camina con los mocasines del otro durante tres noches», reza un proverbio indio. No sé por qué, pero de repente entiendo que, para mi abuela, sus tardes de Chinchón con las Itas en la casa del pueblo sean el cielo.

c

Despiste fatal

Le conocí cuando estaba a punto de morir. Estaba muy pálido y sudaba bastante. Enseguida me miró como reconociéndome y sonrió. Yo aparté la mirada, tímida, pero me di cuenta de que él podía ser distinto, y de que no debía desaprovechar la oportunidad de conocer por fin a alguien que valiese la pena. Así que le miré a los ojos y le dije: «Hola. ¿Nos conocemos?». Él volvió a sonreír y respondió: «Puede que sí. De otra vida, quizá».

 

Eso tenía que ser. La atracción, la magia que sentimos en un solo segundo fue tan intensa, que estaba segura de que estábamos destinados el uno al otro. Qué pena que en ese momento me atropellase un coche por haberme quedado ensimismada mirando al tipo sudoroso aquél.

 

La Margarita

—Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere. Siempre el mismo resultado. Tendré que seguir —dijo con media sonrisa.

Y la margarita continuó arrancando brazos y piernas hasta conseguir el resultado deseado.

 
Finalista del XVI Certamen Internacional de Microcuento Fantástico de la revista miNatura 2018

 

 

 

Lágrimas de cera

El agua caía atropelladamente; las gotas competían por llegar antes al suelo. Mi estado de ánimo se asemejaba al del firmamento; las lágrimas brotaban de mis ojos, de igual modo que la lluvia del cielo. Las calles descansaban vacías, las almas guardaban en sus casas. Sólo caminaba conmigo la añoranza de otros tiempos, y el hastío de un presente ladrón de esperanza de un futuro mejor.

Entré en un comercio para esconderme de mí, y allí estaba majestuosa, alzándose en lo alto de una estantería: una vela soberbia, del color de la rosa. La tomé en mis manos, al tiempo que alguien susurró: «Es especial». Sentí un escalofrío y me fui.

Cuando llegué a casa, la opresión que reinaba alrededor de todo cuanto yo tocaba regresó. Coloqué mi adquisición en la mesita, olvidándome de su supuesta peculiaridad. Entonces le murmuré al aire que leería una novela, pero me distraje enseguida. «Novela. No vela». La miré. Desprendía mucho calor y me alegré de tenerla.

De repente, o mucho más tarde, en la quietud de la noche, escuché un sonido débil. Un lamento. El ruido podía provenir de cualquier piso vecino. Sin embargo, aquel suave quejido se fue intensificando poco a poco, y pensé en la vela. Me quedé mirándola horrorizada, aunque todavía incrédula, esperando que el sueño me transportase.

La cera se deslizaba en forma de lágrimas, mientras formaba una figura, cada vez más grande. Observé su fantasmagórica forma, que pasó a convertirse después en un exótico animal, semejante a un lagarto. Continué hipnotizada por la vela y sus creaciones. Pensé que en los pequeños detalles de la cotidiana vida se encuentran las respuestas a las más elevadas cuestiones; que aquella vela no cesaba de proferir sus lamentos, al igual que yo lo venía haciendo desde hacía meses, y de modificar la figura que descansaba pegada a sus pies.

Pensé en la crueldad del fuego, que vaciaba a aquella inocente vela, sin compasión. No… era la cera quien deseaba salir de allí, con distinta forma, con otro aspecto. Quizá la cera se encontraba cansada de ser vela. Tal vez quería convertirse en fantasma, en lagarto. De repente supe que la cera lo sabía todo; la envidié. Ella era la luz, la sabiduría. Podía convertirse en lo que quisiera. Caí rendida. Soñé que me convertía en fantasma, en lagarto; en lo que yo desease. Al levantarme comprendí que podría ser cualquier cosa.