La Paloma y el Mendigo

Me encontraba esperando en  un banco a una amiga, y me quedé ensimismada mirando una paloma que reposaba tranquila, sin hacer nada. Siempre he aborrecido las palomas. Son sucias, feas y molestas. No tienen una función útil en la sociedad. Tampoco es que me entusiasmen los gatos, pero estos al menos limpian las calles de ratones.

 

Ésta era horrorosa, gorda,  y de un tono sucio parduzco que hacía poner a uno una mueca de disgusto en la cara. Cerca había un mendigo tomándose un bollo de pan.  La paloma le miraba curiosa, ladeando la cabeza de forma rápida e interrumpida, como reconociendo comida, pero pendiente de los movimientos de aquel tipo por si intentaba «atacarla». El mendigo alargó la mano con unas migas que dejó cerca de ella, pero ésta echó a  volar desconfiada.

 

Enseguida me olvidé de la paloma y me quedé pensando en el mendigo. En que si quería, no tenía por qué estar ahí, en mitad de la calle, pasando frío y teniendo que pasar ahí todo el día para conseguir dos euros.  Estas personas no tienen ninguna función en la sociedad. Mientras los otros nos devanamos los sesos o nos hacemos llagas en las manos para ganar el pan y desempeñar un rol que ayude a otros a vivir mejor, estos individuos se pasan horas en la calle mirando al vacío que no existe, al tiempo que no va a volver. ¿No tienen a nadie? ¿No tienen ideología política o religiosa? Quizá se la llevó su familia y amigos  cuando estos desaparecieron. Probablemente son los mendigos los que escapan de los seres queridos. Quizá nunca los han tenido…

 

Quizá mientras unos se pasan la vida pensando que es lo siguiente que se van a comprar o a qué restaurante van a ir, otros navegan en un pasado que les obligó a huir, tratando de encontrar simplemente un presente en el que por lo menos no se sientan ahogados.

 

Lo cierto es que aquellos que sólo piensan en  semejantes trivialidades son tan inútiles a la sociedad como los mendigos.  Es cierto que a veces los mendigos son drogadictos, en ocasiones peligrosos, y definitivamente, hay que limpiar las calles de basura, pero nunca para tirarla, sino para reciclarla y convertirla en algo servible.

 

Algunos, al tenderles el brazo con migas de pan, se irán volando, pero otros, seguramente acepten el pan, porque lo necesitan y no saben cómo conseguirlo.

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El Espejo

Caminaba por la calle asqueada por la temporada que estaba atravesando. Un montón de problemas se agolpaban en mi cabeza, que parecía iba a estallar. Entonces decidí hacer algo que nunca hacía: mirarme en un espejo alargado que hay en una calle perpendicular a la mía. Nunca quería echar un vistazo, porque sabía que la imagen que me devolvería no iba a gustarme.

 

Pero hoy pasó algo muy  diferente. En cuanto dirigí mis ojos hacia aquella cristalera, leí: «Lucha por tus sueños», junto a un dibujo del sol. Era realmente algo inusual. Las pintadas que uno se puede encontrar por la calle son de política o de religión, normalmente de crítica despiadada, y siempre contrarias a lo que yo pienso. Pero ésta cantaba a la vida, mezclaba realidad con fantasía, alababa el optimismo, gritaba esperanzada. Y sonreí. Antes de apartar la mirada, me fijé en la imagen que me devolvía el espejo, y me gustó. Aquello era una señal, y hacía tiempo que no recibía ninguna. O simplemente hacía tiempo que no estaba atenta a ninguna.

 

En cuestión de segundos, mis problemas pasaron a un segundo plano. Se habían empequeñecido, y yo no pude más que pensar con miedo que gustarme físicamente era lo que me daba fuerzas para afrontar los sinsabores de la vida. Pero enseguida pensé que si me había gustado la imagen que aquel espejo me devolvió no fue porque estaba favorecida, sino porque me vi por dentro. Vi mis sueños, puros, poderosos, únicos. Y me gustó el rayo de optimismo que cruzó mi mirada, la chispa de esperanza que encendió mi alma.

 

Ese mismo día, quedé con un amigo con el que tenía que hablar de ciertas cosas que había hecho y que no me habían parecido bien. Pero yo ya no era la que había sido cinco minutos antes. Le hablé de forma alegre, perdonando, ajena de repente a cualquier daño superficial, desde otro plano.

 

De camino a casa, me encontré con una pompa de jabón enorme. La calle estaba desierta, y parecía venir desde muy lejos. La pompa fue bajando hasta que alargué mi mano y la toqué. No rompía una burbuja, dejaba que la perfecta realidad de dentro, saliese e impregnase todo.