– ¡Qué asco! Voy a matarla.
– ¡No, déjala!
– ¿Por?
– Porque es un ser vivo.
– Es un insecto. Y asqueroso, por cierto.
– Pero podría ser un antepasado tuyo reencarnado.
– Ahí le has dado. Me has convencido.
Y tras aquella sencilla frase nunca más sintió dudas sobre si era bueno o malo matar a un insecto. Si ese insecto sólo era un bicho repugnante, porque lo era, motivo suficiente para deshacerse de él. Pero si, además, aquella cosa era un antepasado suyo o de cualquier otra persona como castigo por haber llevado una mala vida anteriormente, entonces razón más que suficiente para ahorrarle el sufrimiento de unos meses más de vida anodina y amorfa.
Qué bueno.
Me gustaMe gusta