En un momento estás arriba y al otro estás abajo. ¿Quién no sabe eso? Pero una cosa es haberlo escuchado millones de veces, y otra muy distinta, vivirlo.
Me he quedado sin trabajo, con lo que no puedo pagar mi hostal en esta isla en la que no conozco verdaderamente a nadie. Y no puedo acudir a mi novio porque hoy ha decidido romper conmigo. Y, entre tanta cantidad de mierda, ya ni siquiera tengo la esperanza de ese otro amor que estaba naciendo en mi vida, porque perdí la oportunidad, al entregársela toda a mi relación. Al que me ha dejado. Al chico equivocado.
Se ha acabado otra etapa. Fui una loca. Hice lo que quise. Reí y lloré. Amé y odié. Fui adorada y non grata. Acosé y me acosaron. Dusruté y me aburrí. Lo di todo y nada. Tuve esperanza y ahora conozco la desesperación. He llorado tanto que mis ojos han cambiado de color. Son demasiadas cosas por las que derrochar lágrimas. Ni siquiera sé en cuál debo centrarme. No necesitaba tanto veneno para morir. Quisiera que el dolor desapareciese de repente. Pero eso significaría dejar de existir, y yo siempre encuentro ese rayo. Dios, déjame vaciarme de Amargura para poder sonreír por fin. Después me reiré de todo de nuevo, volveré a darme cuenta de que en la vida no hace falta preocuparse tanto por todo. Y entenderé que la risa trae más carcajadas a tu garganta. Y me reiré más. Me reiré tanto que lloraré otra vez. Lloraré sin ser consciente ya de si estaba alegre o deprimida, y entonces optaré por pensar que siempre es por alegría que yo lloro. Y algún día llegaré a creerlo.