No puedo olvidar aquel olor, la inquietud de todos al preparar el cebo, la fuerza al tirar la caña, la incertidumbre y la tensión al aguardar en silencio…
A nosotros nos iba la vida en aquello. Observé cómo uno feúcho se acercaba a aquel gusano enredado en la caña, y que a mí particularmente me parecía muy poco apetitoso. Lo olió, se separó de él, dio unas cuantas vueltas alrededor, volvió a olisquearlo… y picó. ¡Picó! Parecía que no iba a caer, pero al fin lo hizo.
¿Cómo podía ser tan estúpido? Peces como aquél eran los que daban mala fama. Ahora sabía a qué se referían cuando hablaban del pez bobo: seguro que a peces como aquél. Yo nunca me dejaría coger.