El agua caía atropelladamente; las gotas competían por llegar antes al suelo. Mi estado de ánimo se asemejaba al del firmamento; las lágrimas brotaban de mis ojos, de igual modo que la lluvia del cielo. Las calles descansaban vacías, las almas guardaban en sus casas. Sólo caminaba conmigo la añoranza de otros tiempos, y el hastío de un presente ladrón de esperanza de un futuro mejor.
Entré en un comercio para esconderme de mí, y allí estaba majestuosa, alzándose en lo alto de una estantería: una vela soberbia, del color de la rosa. La tomé en mis manos, al tiempo que alguien susurró: «Es especial». Sentí un escalofrío y me fui.
Cuando llegué a casa, la opresión que reinaba alrededor de todo cuanto yo tocaba regresó. Coloqué mi adquisición en la mesita, olvidándome de su supuesta peculiaridad. Entonces le murmuré al aire que leería una novela, pero me distraje enseguida. «Novela. No vela». La miré. Desprendía mucho calor y me alegré de tenerla.
De repente, o mucho más tarde, en la quietud de la noche, escuché un sonido débil. Un lamento. El ruido podía provenir de cualquier piso vecino. Sin embargo, aquel suave quejido se fue intensificando poco a poco, y pensé en la vela. Me quedé mirándola horrorizada, aunque todavía incrédula, esperando que el sueño me transportase.
La cera se deslizaba en forma de lágrimas, mientras formaba una figura, cada vez más grande. Observé su fantasmagórica forma, que pasó a convertirse después en un exótico animal, semejante a un lagarto. Continué hipnotizada por la vela y sus creaciones. Pensé que en los pequeños detalles de la cotidiana vida se encuentran las respuestas a las más elevadas cuestiones; que aquella vela no cesaba de proferir sus lamentos, al igual que yo lo venía haciendo desde hacía meses, y de modificar la figura que descansaba pegada a sus pies.
Pensé en la crueldad del fuego, que vaciaba a aquella inocente vela, sin compasión. No… era la cera quien deseaba salir de allí, con distinta forma, con otro aspecto. Quizá la cera se encontraba cansada de ser vela. Tal vez quería convertirse en fantasma, en lagarto. De repente supe que la cera lo sabía todo; la envidié. Ella era la luz, la sabiduría. Podía convertirse en lo que quisiera. Caí rendida. Soñé que me convertía en fantasma, en lagarto; en lo que yo desease. Al levantarme comprendí que podría ser cualquier cosa.