No resulta sencillo precisar una fecha concreta para la determinación del comienzo de la transición política española. Son varios los días clave que contribuyeron a arrancar el proceso, pero no cabe duda de que el 18 de marzo de 1966 ya se dio un gran paso en el arduo camino. El estatuto de la profesión periodística rezaba hasta entonces: «El periodista ha de observar las normas cristianas y guardar fidelidad a los principios del Estado». Ello implicaba la renuncia a toda crítica de la situación social, política y económica. En 1966, el régimen aceptó la Ley de Prensa e Imprenta promovida por el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, que concedía a todo español «el derecho a expresar libremente sus ideas, mientras no atenten a los principios fundamentales del Estado». Por otra parte, se establecían muchas limitaciones a esa libertad de expresión, con graves sanciones para los que criticasen al gobierno, y, por eso, fue aceptada, ya que no entrañaba ningún riesgo para la autoridad. Aun así, era tal la situación en la que España se había visto sumergida durante tantos años, que aquella ligera modificación significó un «cambio apreciable»[1] y bastó para marcar el comienzo de la transición española a la democracia[2]. Con la mencionada ley no surgió el pluralismo, pero sí comenzaron a publicarse diversas opiniones, con «una cierta labor de crítica, al resaltar algunas cosas que resultaban menos agradables para las autoridades»[3]. Lo que resulta indiscutible es que el esfuerzo de algunos periodistas y periódicos de esta época por conseguir más libertad fue lo que hizo posible que la sociedad española evolucionase. Estos «sustituyeron la falta de debate político organizado, prestando sus columnas para ello»[4].
Por aquellas fechas, los periódicos españoles apenas habían sufrido alteraciones desde el final de la Guerra Civil. Los diarios de mayor tirada en Madrid eran ABC, Ya, Pueblo y Madrid; mientras que Arriba, Informaciones y El Alcázar tenían una difusión muy inferior. Las grandes tiradas de ABC y Ya obedecían a ser el portavoz de la aristocracia monárquica y de las clases medias conservadoras el primero, y el representante del nacional-catolicismo, el segundo. Arriba no llegaba a los veinte mil ejemplares diarios, algo que resultaba curioso, ya que además de ser el órgano oficial del régimen, tenía una buena presentación e impresión; Por otro lado, Informaciones sufría para subsistir, por falta de capital. El Alcázar, por su parte, portavoz del sector más reaccionario del régimen, no destacó nunca por sus ventas e influencia. El diario de mayor tirada de toda España, en aquel momento, era La Vanguardia, de Barcelona[5]. A la muerte de Franco, en 1975, comienza una nueva etapa en la prensa española: «quedan caducos los viejos modos de hacer periodismo, decaen los periódicos tradicionales de ámbito nacional, aparecen nuevos grupos editoriales y se transforma la prensa del Movimiento en prensa del Estado»[6]. En julio de 1976 dimite como jefe de Gobierno, inesperadamente, Arias Navarro, al que don Juan Carlos de Borbón («cuyas actuaciones en la transición han merecido todo tipo de reconocimientos por parte de todo el mundo»[7]), agradece los servicios prestados con la concesión de un título nobiliario. Nombra entonces a Adolfo Suárez como nuevo jefe de Gobierno, y algunos temen que esto signifique un paso atrás en el proceso de libertad, ya que «procedía del franquismo»[8]. Sin embargo, contra todo pronóstico, Suárez eligió la democracia, hasta el punto de llegar a ser el verdadero «piloto de la transición»[9]: Al poco tiempo de su nombramiento, en julio, pone en libertad a miles de presos políticos, autoriza la publicación de dos nuevos diarios madrileños de carácter liberal (El País, de la mañana, y Diario 16, de la tarde), y, si no legaliza todos los partidos políticos, permite que puedan reorganizarse e incluso celebrar asambleas y congresos. Además, en su labor también destaca el proyecto de reforma política, aprobado por mayoría en el referéndum, celebrado el 15 de diciembre de ese mismo año[10]. Si las elecciones de junio de 1977 abrieron de manera imparable el proceso constituyente culminado en el 78, la crucial intervención del Rey para sofocar el Golpe de Estado del año 81 y la alternancia en el poder de los socialistas al año siguiente mostraron la autenticidad de las nuevas instituciones democráticas[11]. Y es que «la Monarquía ha sido la clave de la reconstrucción social y política de España, por ser una magistratura superior independiente; algo esencial[12]«.
Los siete años transcurridos desde la muerte del caudillo pueden dividirse en tres periodos perfectamente definidos: el primero comprende desde su fallecimiento hasta la aprobación, un año después, de la reforma política. El segundo se inicia en diciembre de 1976, transita por las elecciones generales de junio de 1977 y por el restablecimiento de la Generalitat de Cataluña, y termina en diciembre del año 78, cuando se promulga la Constitución, aprobada por las primeras Cortes de la monarquía restaurada. El tercero y último parte de las elecciones legislativas y municipales de marzo y abril de 1979 hasta 1982, con el Golpe de Estado en febrero del año 81 y el triunfo socialista de Felipe González en el 82. Para la prensa, la primera de estas etapas supuso unos años de luchas teñidas de verde esperanza y una pequeña recuperación de la influencia que antaño llegó a ejercer. Fueron muchos los obstáculos que un franquismo no resignado a desaparecer puso en su camino, con «suspensiones, amenazas y agresiones». La segunda etapa representa una especie de edad de oro periodística, en la que el número y la calidad de las publicaciones creció en suma medida. Por fin, el ciudadano se mantiene informado y se mueve a pensar y a actuar por un periodismo ágil y polémico: «Se sienten protagonistas de su propio destino», y es que los españoles son los verdaderos personajes principales de esta transición hacia la democracia. En el tercer periodo mencionado, lamentablemente todo cambia, y por cansancio e indiferencia se expande un desencanto generalizado. La gente está defraudada, porque, aunque se han producido cambios, todo continúa igual: las viejas estructuras sociales, el aumento del desempleo y la inflación…: Y el gobierno de Suárez no halla el modo de solucionar la crisis. Los periódicos sufren directamente los efectos negativos de la situación: Desciende su tirada tan pronto como se incrementa, no se invierte publicidad en ellos, suben los costes de producción… Y, aunque el precio del diario se incrementa (multiplica 200 veces su precio desde el año 36, pasando de quince céntimos a treinta pesetas), la crisis continúa y desaparecen cinco de los once periódicos que aparecen en la capital de España, entre ellos, Arriba e Informaciones[13].
Sobre la transición, hay varias posturas, pues «valores emergentes y decadentes afectaban a periódicos con una tradición consolidada en el franquismo y que encontraron complicado acoplarse a la nueva situación»[14]. El director de El País, Juan Luis Cebrián, era de «Izquierda Democrática, rama «progresista» desgajada de la Democracia Cristiana, del ex ministro Ruiz Jiménez». El periódico salió en el momento idóneo en lo político, ya que sus posibles competidores decaían entonces, lo formaba un equipo entusiasta, un planteamiento moderno, un público apropiado y grandes hechos que contar. ABC mantuvo su «tradición liberal, independiente y monárquica». Ya, otro de los grandes medios tradicionales, era de Editorial Católica. Fue un periódico «coherente y sólido, doctrinal y seguro, defensor de una derecha moderada y de un prudente conservadurismo, y órgano de opinión para amplios sectores cristianos», aunque se mantenía independiente. El diario madrileño de la tarde Informaciones consiguió, a partir de 1968, mucho prestigio por los comentarios de sus columnistas y su servicio de documentación. Uno de sus últimos directores fue Emilio Romero, «el comentarista político más tenaz de la historia del periodismo español», que supo transmitir su personalidad en el diario, y éste se convirtió así en un periódico serio y eficaz. El Alcázar era de extrema derecha y seguía una línea editorial en sintonía con el Movimiento. En 1985 se le tachó de pro-golpista. Arriba fue el punto de arranque de la Prensa del Movimiento. Lo fundó Primo de Rivera, y siempre mantuvo un tono de altura intelectual. Casi todos sus directores fueron falangistas. Sin embargo, con el paso del tiempo, el diario se llenó de gente de izquierdas, y apoyó «decididamente la democracia, aportando su grano de arena a la creación de una conciencia de libertad y respeto». Por su parte, Diario 16, publicación de trayectoria zigzagueante pero también paradigma del nuevo periodismo que surgía y uno de los diarios emblemáticos de la transición, tuvo en sus comienzos un tono más bien frívolo. Después, con el impulso de Pedro J. Ramírez, adquirió un espíritu de constante innovación periodística, investigación y denuncia. Además, «fue convirtiéndose en enemigo encarnizado del gobierno socialista»[15]. La Vanguardia, diario de la burguesía catalana, ha sido siempre informativamente exhaustivo. Supo mantener, también, «una moderada línea de catalanismo españolista y un talante liberal». Con la democracia, entró en crisis por la competencia de El País. El Periódico de Catalunya fue muy relevante allí, ya que las nuevas realidades sociales rebajaron la importancia de un periodismo burgués para dar paso «al éxito de un diario populista y bien diseñado». Egin, diario de fuerza nacionalista, surge en el País Vasco el 29 de septiembre del año 76 y constituye el «órgano del abertzalismo extremista y portavoz del partido radical Herri Batasuna»[16]; «es muestra del nuevo sistema autonómico»[17].
Acerca del tratamiento dado por los distintos diarios a la reforma política de diciembre del año 76, Ya habla «del principio de una vida democrática«, de paz, libertad, critica la violencia… Se adivina su personalidad a través de su artículo: los principios fundamentales del catolicismo se encuentran patentes. El diario Arriba, órgano del Movimiento, con un estilo claro, correcto y ameno, analiza los hechos explicando que España «desea el cambio y lo promueve» y que eso significa «voluntad de decisión«. Apoya la democracia y se enorgullece de que «todo haya ido en orden» y con buenos dirigentes. Acepta que ya no hay marcha atrás y que el régimen se ha acabado. El País, con más desparpajo que el anterior diario, estudia los sucesos más exhaustivamente y con un mayor escepticismo. Habla del significado confuso del referéndum, ya que dice que «presentar el sí como única alternativa al continuismo pesa en el éxito obtenido», y de «comprobar si el Gobierno emprenderá la vía democratizadora», ver si sabrá ganar y «no abusar de la victoria». Diario 16, por su parte, también acoge la reforma política con entusiasmo, por supuesto. Habla de «una nueva etapa fundamental para la democracia» pero, al igual que El País, lo hace de forma realista, es decir, con «pies de plomo», señalando que todavía hay muchos problemas que deben ser afrontados: «Fijar las bases de un compromiso constitucional, remediar la grave situación económica, abordar la cuestión de las autonomías regionales…». No deja de citar, además, términos democráticos como «diálogo, negociar, debate«. El Alcázar, afín al régimen de Franco y con un estilo más ardoroso y valiente que Arriba, habla de su «deseo ferviente de bienestar y ventura» para España y de que, por eso, no hay en él sentimiento de derrota»; Sin embargo, deja bien claro que «no se trata de la Victoria del pueblo, sino de la victoria pírrica de la especulación partidista» (opinando que todo será peor para el vencedor que para el vencido), y deja caer ideas como «espejuelo democrático del Gobierno», «el pueblo le da su protagonismo a los partidos políticos» o «un empeño democrático que busca más las apariencias formales que los esenciales contenidos democráticos». Es como si continuamente avisase de que todo va a salir mal, por votar la ley.
En cuanto a la legalización del Partido Comunista de abril de 1977 llevada a cabo por Suárez, La Vanguardia Española la ve como «otro paso en la transición». Se muestra de acuerdo y dice que lo importante es «legalizar los partidos, porque quiere decir poner dentro de la ley la vida política real, y es una invitación a la responsabilidad pública«, valores que este diario admiraba. Informaciones, con un desenfadado estilo, habla de «un tanto a favor del Gobierno» por esta «acertada» decisión, y, sobre todo, habla la elección de la democracia por parte de Suárez: «El Gobierno ha rechazado prudentemente la tesis de los que propugnaban que la democracia debía construirse eliminando a los no-democráticos«. También prevé que, a partir de ese momento, todos van a vigilar al PCE, pero no por un «anticomunismo cerril», sino como lo que siempre se hace con «los que quieren influir en la vida pública». El Alcázar titula su opinión sobre el tema con un Gol, explicando que «el Gobierno lo ha metido en su propia portería, que, se juró, estaba defendida». También recuerda que «ante las Cortes, casi con lágrimas en los ojos, se aseguró que con la ley del año anterior el Partido Comunista no podría ser legalizado nunca«. Con su característico tono exaltado y sanguíneo, elabora una ardiente crítica al Gobierno de Suárez, acompañada por un símil de un partido de fútbol. ABC lo dice bien claro en el título de su artículo: Discrepa. En primer lugar, cree que «la trascendencia misma del hecho hubiera merecido una extensa declaración justificatoria del Gobierno»; después califica al suceso como «preocupante resolución«, y, al igual que El Alcázar (más bien éste al igual que ABC ya que se publicó un día después El Alcázar), recuerda a los lectores que «desde las Cortes se dijo que era imposible legalizar un partido de perfiles e historia totalitarios«. Además, contrariamente a lo que opina Informaciones, afirma: «No es hacer viable la democracia el condescender con aquellos que no practican sus reglas cuando llegan al poder». El País califica al hecho como «buena noticia«, porque normaliza y, así, habrá «pluralismo real» y contribuirá a analizar la credibilidad democrática de sus posiciones. El diario demuestra ser objetivo cuando afirma que «sin esta medida, las elecciones de dos meses después no hubieran sido representativas«, aunque después intenta crear ideas y opiniones con frases del tipo: «Por eso, ha de recibirse con satisfacción la resolución del Gobierno» o «la ilegalidad del PCE era injusta y una torpeza…».
Sobre las elecciones generales del 15 de junio del año 77, El País destaca «las provocaciones y anomalías de minorías empeñadas en obstaculizar el parto de la democracia«, pero, también, que éstas no consiguieron «enturbiar el clima de serenidad que reinó». Subraya, sobre todo, la «firmeza y determinación de España» al recibir la libertad y la idea, de nuevo, de «saber ganar«: «moderación en las filas de los vencedores«. Ya, al igual que El País, informa de los incidentes ocurridos y de que «el país ha votado pacíficamente«, así como también señala la idea de que «los vencedores se den cuenta de que pueden ser minoría» en un futuro. Arriba destaca que «es la primera vez en nuestra historia moderna que toda la nación se moviliza por la paz«, además de hablar, como los anteriores diarios, de paz, libertad, democracia…, señala que «hemos ganado todos«. Diario 16 demuestra ser optimista y esperanzador. Explica los hechos diciendo que España ha ido a las urnas «con alegría y optimismo concientes de estar haciendo algo decisivo para el futuro«. Y, además, informa también de los incidentes ocurridos de «falta de papeletas y urnas sin sellar», pero haciendo ver que la jornada fue positiva a pesar de todo. Destaca, en resumen, que ha nacido un país.
Acerca del restablecimiento de la Generalitat de Cataluña en septiembre de ese mismo año, El Alcázar se muestra en desacuerdo y comenta que se trata de «un atropello a la democracia«, ya que «resulta anormal que el Ejecutivo, por su cuenta y riesgo, apruebe una provisionalidad que a nada conduce». Señala el diario que el pueblo es «teóricamente soberano, pero sin arte ni parte en la grave decisión«. Diario 16 opina sobre ello que es el «primer paso efectivo de un proceso autonómico; una conquista vital para la democracia«. Incluso lo califica como «solución de un sueño». Arriba informa del suceso recalcando que el «espíritu de diálogo» estuvo muy presente en todo momento, personificándolo con adjetivos como «protagonista milagroso y certero, conciliador y respetuoso«. El diario deja bien claro que «no ha cambiado el objetivo de España de unidad; simplemente, la perspectiva«.
En cuanto al Referéndum Constitucional del 6 de diciembre del año 78, El Alcázar habla de «la desembocadura patética del proceso constituyente». Opinan que «la ruptura tiene un precio» y que «es lo peor que podría suceder: que tras la Constitución sólo esté poco más de la mitad de los españoles». Dice, además, que el futuro político es «incierto«. El País informa de que «la abstención fue mayor de lo previsto» y Egin titula su artículo con un Fuerte rechazo a la Constitución, por parte de Euskadi. Diario 16 se muestra de nuevo optimista y subtitula: «El pueblo español votó sí a la Constitución, aunque hubo más abstención de la prevista». El Periódico de Catalunya, por su parte, informa sobre el «grave y dramático» caso vasco, y señala que «la cara opuesta de la moneda ha sido Cataluña«. Además, revela que «en las abstenciones está reflejado el desencanto de los últimos doce meses».
Acerca de las elecciones municipales del 3 de abril de 1979, El Alcázar, en su línea, destaca que «la izquierda alcanzó su objetivo: Madrid tendrá un alcalde marxista«. Egin informa de «la menor afluencia de votantes que en las elecciones generales del pasado uno de marzo. Informaciones también subraya el abstencionismo, como «dato más llamativo» de la jornada. El diario lo achaca a que se ha ido tres veces a las urnas en menos de cuatro meses, y a «la desvalorización que efectuó el franquismo, con su farsa de elecciones municipales». El Periódico de Catalunya, con un tono crítico y enojado, se decanta por contar los desafortunados incidentes del día anterior: «Caciquismo, prepotencia, picaresca, invención de votos por correo…». Arriba, por otro lado, habla de los hechos como de «última etapa, recta final del largo y complejo proceso del cambio político que nos ha llevado a la plenitud democrática«. También refleja la menor participación en las urnas que en anteriores ocasiones y hace ver lo importante que son unas elecciones municipales, ya que ahí «se afianzan los pilares más sólidos de la construcción de un Estado libre«.
En cuanto al Golpe de Estado de febrero del año 81, El País lo designa «alevoso atentado contra el pueblo español, una humillación para la dignidad y madurez de España y una criminal violación de la Constitución», con su característico tono crítico y fervoroso que se demuestra en el uso de epítetos. Además, destaca la acertada actitud del Rey, diciendo que «es símbolo de la legitimidad constitucional y democrática» Egin lanza un decálogo antigolpista, mientras que El Alcázar habla de «un proceso político que, por la dimensión de sus errores, ha conducido a tan extremos resultados«. Diario 16 relata las «horas amargas» pasadas el día anterior y también alaba la actuación de don Juan Carlos, al que llama «gran faro de esperanza«. El Periódico de Catalunya, por otro lado, describe el suceso del 23-F con «indignación, aunque con esperanza«, esperanza de que la democracia supere los obstáculos que se le presenten en el camino.
Sobre las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, ABC destaca «el porcentaje más alto que en anteriores convocatorias», y comparte su «respeto por las opciones individuales y un acatamiento del veredicto de las urnas». Diario 16 señala la «alegría democrática» percibida en la jornada electoral y que «no apareció por ninguna parte el fantasma de las dos Españas«, algo verdaderamente importante. Egin informa sobre una mesa redonda que tuvo lugar en Bilbao, en la que «se valoraron los resultados globales y particulares» del triunfo socialista. En ella se afirmó que existía «una gran expectación por lo que vaya a hacer el PSOE en la comunidad vasca». La Vanguardia también destaca la elevada participación en las urnas «incluso en el País Vasco». Considera este diario el triunfo de González como «un cambio importante en el panorama político», ya que «una democracia moderna se consolida cuando consigue combinar armónicamente la continuidad con los cambios».
Lo que resulta evidente, tras este amplio estudio, es que la transición se dio a conocer a través de la prensa, y que ésta contribuyó en suma medida a que aquélla se tornase posible.
[1] Esta expresión es de José Javier Sánchez Aranda, de su libro Breve historia de la comunicación en el mundo contemporáneo, ediciones Newbook, 2000.
[2] Idea obtenida de Historias de la prensa, de Eduardo de Guzmán, ediciones Penthalon, 1982.
[3] Cita de José Javier Sánchez Aranda en el mencionado libro.
[4] Cita de Censura tras la censura, crónica personal de la transición periodística (1970-1975), de Esteban Greciet, editorial Fragua, 1998, Madrid.
[5] Información obtenida de Historias de la prensa, de Eduardo de Guzmán, ediciones Penthalon, 1982.
[6] Cita textual de Censura tras la censura, crónica personal de la transición periodística (1970-1975), de Esteban Greciet, editorial Fragua, 1998, Madrid.
[7] Cita de Raúl Alfonsín, ex presidente de la República Argentina.
[8] Información de Geografía e historia de España, de J. Prats, J. Castelló, R. Fernández, M. García, I. Izuzquiza y M. Loste, ediciones Anaya.
[9] Expresión de Historia gráfica del siglo XX en España, de ABC.
[10] Información obtenida de Historias de la prensa, de Eduardo de Guzmán.
[11] Idea del historiador Javier Pradera, de Internet.
[12] Cita de Julián Marías en el artículo Intrahistoria de la transición, publicado en ABC Madrid el 20 de junio de 2002.
[13] Ideas y cita de Historias de la prensa, de Eduardo de Guzmán, ediciones Penthalon, 1982.
[14] Cita textual de Breve historia de la comunicación en el mundo contemporáneo, de José Javier Sánchez Aranda.
[15] Cita textual de Sánchez Aranda en Breve historia de la comunicación en el mundo contemporáneo.
[16] Información y citas textuales obtenidas de Censura tras la censura (1970-1975), de Esteban Greciet.
[17] Cita de Breve historia de la comunicación en el mundo contemporáneo, de Sánchez Aranda.
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