– ¡Y va el muy cretino y me da un beso de película!
– ¡Pero eso es fabuloso!
– ¡No! Me refiero a que juntó sus labios apretados con los míos y se limitó a estarse quieto!
– ¡Y va el muy cretino y me da un beso de película!
– ¡Pero eso es fabuloso!
– ¡No! Me refiero a que juntó sus labios apretados con los míos y se limitó a estarse quieto!
Me duermo. Se me cierran los ojos delante del ordenador. Me pesan los párpados y no hay café que los levante. Mi supervisor me mira de reojo. Sospecha que hoy no rindo, pero no puedo evitarlo. No logro sostener la mirada en la pantalla. Miro hacia abajo y me sujeto la cabeza con una mano. Permanezco así durante unos 20 segundos; quizá se han convertido en minutos.
Cambio de postura para evitar que me despierte la inminente y repentina caída de cabeza de cuando pierdes el sentido.
No puedo más. Realmente estoy sufriendo. Nada en el mundo me importa de repente. No deseo otra cosa más que dormir. Es una necesidad. Mi alma en venta por que el tiempo se pare. Pero no puedo dormirme aquí, aunque parece inevitable que ocurra. No puedo levantarme para ir al baño otra vez, además de que sólo retrasaría lo inevitable por unos minutos, y mis piernas no parecen responder. Quiero dormir. Mi reino por unos minutos sola. Ni siquiera necesito un lugar cómodo. Estoy bien aquí… Sólo quiero perder la consciencia por unos minutos…
Edu siempre se hacia el duro. Nunca decia nada carinoso a nadie: simplemente no le salia. Pero si le mirabas a los ojos, era obvio que siempre sentia algo diferente de lo que comunicaba. Edu era en realidad muy sensible. Os lo digo yo. Tanto, que cuando su novia desde hacia 10 meses lo dejo con el, este se intento suicidar. Por aquellos tiempos estabamos estudiando en la Universidad. Fue al comienzo de nuestro tercer ano. Algunos amigos se enfadaron mucho por aquello. Unos decian que lo habia hecho para llamar la atencion; otros, que por fastidiar. Pero yo tenia claro que simplemente estaba desesperado por amor, y simplemente no le apetecia seguir enfrentando otro dia de sufrimiento.
Edu consiguio superar aquello, aunque con malas notas. Tan malas, que le cambiaron de Universidad, por eso y por su «violento» comportamiento (decian todos) que no era mas que pura pasion inofensiva, en realidad.
Sus amigos de verdad, dos (como los que tenemos todos), seguimos a su lado: le escuchabamos (las pocas veces que decidia hablar), le ibamos a visitor mas tarde a su nueva Universidad… pero por supuesto, como siempre ocurre aunque no queramos, nos fuimos distanciando.
Hace exactamente media hora, 10 meses y tres anos despues, recibi un e-mail suyo contandome grandes noticias:
¿Que tal estamos? Perdona, pero estoy muy liado con el trabajo y demás. Ya sabes, nos hacemos viejos, y las obligaciones crecen, sobre todo para mí. Em, a ver como me explico… Que conste que se me cae la cara de vergüenza al hablarte de mi noticia increíble con casi un año de retraso…
Pero bueno, a ver… Hace ahora 10 meses que fui padre. La verdad, no fue algo planeado, fue algo que surgió así, y ante lo que quise seguir adelante con ello. Al principio, me costó hacerme a la idea. Pero ahora soy el padre más feliz del mundo, o al menos, uno de los más felices, sin contar al Principe. Llevo independizado, totalmente, mas o menos desde hace año y medio. En un pisito en Vito, la verdad bastante agusto. Trabajando, como trabajo medianamente bien remunerado, llevo un año, aunque ahora en mi primer proyecto, me tropecé con unos cables, me caí por una escalera de obra, y me rompí el húmero y la escápula. Vamos, lo que se dice un gran comienzo. Y todavía sigo convaleciente, pero solo deje de trabajar una semana… ¿Sabes que me volví adicto al trabajo? En serio, lo sé, pero no puedo cambiar…
Bueno, volviendo al tema de mi paternidad, mi hija, se llama Estíbaliz, (es la patrona de Alava) es preciosa, y sobre todo muy sana y llena de vitalidad. Si me dicen hace dos años que no podría vivir sin ella, no me lo creería. La verdad estoy enamorado de ella, y cada día es algo nuevo. Mas responsabilidades, pero de sobra compensadas por una sonrisa suya. Bueno sin más, Dios esa frase, sigo sin poder dejarla de lado… Cambiamos, pero no del todo…
Y tú, ¿qué tal te está tratando la vida? ¿Dónde andas ahora? Últimamente he tenido que ir bastante a Pamplona, y siempre que voy me pego un viajecito por el campus, ¡será que soy masoca!, pero que recuerdos! ¿Que no? Y ante todo, y por encima de todas las cosas darte las gracias, porque tú sabes que sin ti, ahora no estaría donde estoy, y no debo mas que pedirte perdón por no haberte contado esto antes.
Besos y cuando quieras sabes que mi casa es tu casa.
El letrero de fondo blanco con la tipografía en negro que informa a la capital que yo trabajo allí imponía bastante los primeros días, pero ahora me llena de orgullo.
Entro por la puerta. Adoro entrar por ella y ver al vigilante que siempre sonríe a todos, pero de distintos modos sin cansarse nunca, así que procuro imitarle. Pero no sólo con él mismo, sino con los demás; con todas las personas que se cruzan conmigo.
La primera vez que entré por esta puerta había otro vigilante. Era serio y parecía hastiado de trabajar allí. El pasillo era oscuro, sin ventanas, gris y rojo; el más feo que he visto en mi vida. El pasadizo al infierno. Mi padre siempre afirma contundente que la empresa en la que uno está en un determinado momento es la empresa de su vida. Pero yo sé que ni mucho menos es cierto. Sé que me iré, que luego otra será la empresa de mi vida, y que a continuación me volveré a ir a otra empresa de mi vida totalmente diferente. Quizá en el pasado sí, pero ahora uno no se puede engañar tanto. Sabes que te van a echar, o que te irás tú, desesperado, porque no acaban de echar una firma en ese papel que tú mueres por firmar.
Hoy este pasillo lo veo emocionante. Un túnel que voy recorriendo hasta llegar al ordenador que me permitirá dar a conocer grandes historias, hasta gente a la que quiero volver a ver, y lo más importante, hasta llegar a él.
Al final, uno sólo recuerda lo bueno. La naturaleza sabe tanto, que para alivio de todos borra los malos momentos y hace que prevalezca lo único que merece la pena.
Ya no me acordaré por tanto de esa confianza que nunca sentí que se me daba; ni de las horas muertas sin hacer nada ni hablar con nadie porque ellos parecen decidir cuándo llegará el momento.
Quiero una etapa más larga; la necesito. Una etapa más larga, para poder disfrutar de mi amor, de las sillas, de las mesas, de los ordenadores, de la gente. Quiero una etapa más larga, para aprender a hartarme del trabajo; para parecer más española.
Me voy aunque nadie lo nota. Cierro la puerta tras de mí, dejando una estela de vacío para nadie. Me voy aunque haya gente que nunca supo mi nombre, y yo dejo a personas a las que quiero sin saber el suyo. Deshago el camino que tantas veces he hecho hacia la luz, y vuelvo a la oscuridad bañada por la luz del día, con la que yo no veo nada.
Me gustan las cosas que brillan en la oscuridad. Y él lo iluminaba todo. Ojalá esa luz se pudiese comprar.
Sentada en una mesa escondida de una remota cafetería, escribo y lloro sintiendo que me observan curiosos sin derecho a saber lo que me pasa; sabiendo que no echaré de menos a los camareros antipáticos; a los compañeros que nunca me dirigieron la palabra porque creyeron que no les podría contar nada interesante; a los terribles dolores de espalda; a los jefes que ni te miran; a los que te tienen que mirar pero no enseñan.
Sentada en una mesa escondida de esta remota cafetería, escribo y lloro siendo consciente de que no debería añorar a aquellos que no notarán mi falta, pero aún así, no pudiendo evitarlo porque de todo eso me llevo algo conmigo que ha contribuido a formar mi alma.
Me marcho queriendo a alguien que pronto se olvidará de que existí. Me marcho llorando y sin despedidas, a la francesa, para que el color de mi tristeza no desentone en un cuadro de vistosas pinceladas. El mismo pintor querría borrarme del lienzo en este momento. Aquí ya no hay lugar para mí. Es hora de que pinten encima sin mirar debajo, sin volver la vista atrás.
Pero otro lienzo mejor que éste está aguardando pintarme sobre él.
Se realizan estudios cuantitativos, impersonales, que no reflejan que una gran parte de la población se encuentra descontenta con la «parrilla televisiva», que no hay quien se la coma. Así uno hace un programa y éste triunfa, pero ese éxito se da porque no existen otras opciones para un público sin voz, o, también, porque existe un gran sector de la población (todo hay que decirlo) al que gustan estos contenidos sensacionalistas, así que aquél piensa que se trata de un buen producto, y continúa emitiéndose. De esta manera, se crea un vicioso círculo nada deseable. Pero uno se pregunta entonces, ¿realmente, estos directivos creen que sus productos constituyen lo mejor para el público, que es ese tipo de programación la que de verdad interesa?, ¿o resulta que prefieren ignorar la verdad, y adaptarse, renunciando a sus principios, a cualquier petición del público que responda a los instintos más básicos del ser humano? Lo cierto es que seguramente se hagan los suecos.
El problema de estas compañías está en que se encuentran orientadas a la venta: su único fin se llama Beneficio; de apellido, Al máximo, cuando lo apropiado sería que su principal deber fuese satisfacer las verdaderas necesidades del público (y es seguro que éstas no consisten en conocer a más famosillos o «profundizar» en las vidas de los que ya se conocen).
Así, todos los días, a través de la «estúpida caja» (calificativo, por otra parte, injusto e impropio, ya que tontos son los que emiten sus malos contenidos), sólo podemos observar un bombardeo de batallitas de famosetes, famosetes por sus batallitas, cuando, en realidad, a un buen número de la población no le interesa en absoluto este tipo de guerrillas. Diga usted en alta voz quién es Nuria Bermúdez (aparte de nadie): «Se «lió» con el ex marido de la hija de una cantante española. Ridículo ¿verdad? Bien, pues esta «joya», de bisutería, incluso se ha internacionalizado.
En verdad, son muchos los que aborrecen semejantes espectáculos morbosos. Sin embargo, por otro lado, y como decía, hay que admitir que la Telebasura gusta a un número de personas mayor del deseable; sobre ello no cabe duda alguna. Pues bien, si ello es irremediable, puede suponerse que en lo que sí estamos todos de acuerdo es en que resulta inadmisible que se nos tome por estúpidos. Por eso, cuando esta gentecilla se dedica a hacer montajes, no se puede afirmar, y de hecho así ocurre, que ellos personifican la indecencia, ya que nuestra percepción del asunto será totalmente errónea. No son ellos los que realizan los montajes. Mienten, de acuerdo, pero son los periodistas los que dan a conocer esa mentira al mundo. La culpa recae enteramente sobre ellos, y resulta incluso insultante que estos nos hagan creer que hacen su trabajo de modo correcto, y que los inmorales son los protagonistas de estas «películas». Eso, en el insólito mundo de la objetividad, se llama hipocresía; engaño de los comunicadores (por llamarlos de algún modo) en su incapacidad de descubrir lo verdaderamente noticioso. Carentes de esa percepción adecuada, demuestran ser auténticos mushcrakers.
La incapacidad para muchos y la complicación que conlleva, para otros, crear nuevos formatos televisivos resulta comprensible para cualquiera. Ahora bien, si se tiene que trabajar sobre cuanto está inventado, la dignidad humana exige un mínimo de calidad, algunos valores; sencillamente, algo digno de esa dignidad. Por ello, resulta perfectamente exigible que no se trabaje con basura, y, que, ni por asomo, ésta se recicle, ya que de este tipo de basura no es posible salvar nada.
Hoy día nadie aprecia esa particularidad. Quizá la avanzada tecnología desempeñe un papel principal en la desafortunada situación. Y es que gracias a esos nuevos conocimientos se aprende todo en tiempo récord. Nadie necesita escuchar a los abueletes, si uno se puede enterar de todo a través de Internet o viendo el programa o la serie de turno. El mundo ha alcanzado un ritmo frenético al que los mayores no pueden adaptarse y en el que parecen ser innecesarios. Un mundo irreconocible para ellos, en el que a pesar de todo se ven obligados a vivir.
El otro día escuché a mi abuela comentar lo extraño que le parecía que todavía no le hubiese llegado la tarjeta de Cortefiel, su tienda de toda la vida, desde que pidiera su renovación en octubre del año pasado. Siete meses, señores. Siete meses, y ni una valiente carta que se atreviese a comunicarle que, con 85 años, YA NO MERECE LA PENA hacerle una tarjeta. Eso lo dicen rojos de vergüenza y con una incipiente y repugnante gotilla de sudor, en el cara a cara con la familia cabreada de la susodicha víctima de nuestra despersonalizada sociedad. Eso sí, le echan la culpa, cómo no, a la distante e impasible financiera, que se encuentra en Madrid para que las protestas no le lleguen, y a la que critican para quedar bien con el cliente: «Uy… es que ni siquiera se molestan en mirar las cuentas corrientes, cómo son, ¿eh?». O sea que ya podría ser mi abuela Angela Chaning, que ni con ésas. A mí me da pena. Pero no de mi abuela, sino de todos ellos, por cafres.
Los individuos ya no son personas, sino números. El funcionalismo práctico, por el que una persona es alguien en la medida en la que tiene una función en la sociedad, nos nubla la vista y nos hace ilógicos. Pero ¿en qué lugar quedan entonces los ancianos? ¿Cuál es su función? El sistema anónimo que hemos creado ya se encarga de contestar: está claro que la de estorbar. Muchos deberían saber que no es posible que crezcan hojas, si se maltratan las raíces. Es una realidad: La edad madura se ha tornado basura. Y como el respeto puede presumir de ser una virtud justa, todos han de darse cuenta de que si uno no cuida de las generaciones pasadas, las venideras no hará lo propio con las actuales. Y esos, ahí no cabe duda, somos nosotros.
En un momento estás arriba y al otro estás abajo. ¿Quién no sabe eso? Pero una cosa es haberlo escuchado millones de veces, y otra muy distinta, vivirlo.
Me he quedado sin trabajo, con lo que no puedo pagar mi hostal en esta isla en la que no conozco verdaderamente a nadie. Y no puedo acudir a mi novio porque hoy ha decidido romper conmigo. Y, entre tanta cantidad de mierda, ya ni siquiera tengo la esperanza de ese otro amor que estaba naciendo en mi vida, porque perdí la oportunidad, al entregársela toda a mi relación. Al que me ha dejado. Al chico equivocado.
Se ha acabado otra etapa. Fui una loca. Hice lo que quise. Reí y lloré. Amé y odié. Fui adorada y non grata. Acosé y me acosaron. Dusruté y me aburrí. Lo di todo y nada. Tuve esperanza y ahora conozco la desesperación. He llorado tanto que mis ojos han cambiado de color. Son demasiadas cosas por las que derrochar lágrimas. Ni siquiera sé en cuál debo centrarme. No necesitaba tanto veneno para morir. Quisiera que el dolor desapareciese de repente. Pero eso significaría dejar de existir, y yo siempre encuentro ese rayo. Dios, déjame vaciarme de Amargura para poder sonreír por fin. Después me reiré de todo de nuevo, volveré a darme cuenta de que en la vida no hace falta preocuparse tanto por todo. Y entenderé que la risa trae más carcajadas a tu garganta. Y me reiré más. Me reiré tanto que lloraré otra vez. Lloraré sin ser consciente ya de si estaba alegre o deprimida, y entonces optaré por pensar que siempre es por alegría que yo lloro. Y algún día llegaré a creerlo.
Anoche soñé..
Pero sólo se trataba de eso: un sueño.
Mi abuela se da un aire, por no decir una fuerte ventisca, a aquella señorita… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí: ¡Rotenmeyer! Y no precisamente por el moño. Pero lo cierto es que, cuando pide algo, su tono muta y parece Heidi: «Anda, venga, tienes que llevarme al Café, que quedé con Estrellita, Lucita y Angelita (las Itas). Y déjame apoyarme bien en ti, que sabes que me acabo de operar la cadera».
Mi delgado y delicado brazo se resiente, pero la llevo. Yo no entiendo sus achaques, sus exigencias, sus tristezas. Ella no comprende por qué llevo el ombligo al aire en invierno, que salga por la noche en lugar de por el día, y que aborrezca jugar con ella y sus amigas al Chinchón, cuando supone algo «tan fenómeno»… Solía decirme a mí misma que era mi abuela la mala del filme; que es ella quien una vez fue joven y por eso debería entenderme a mí. Después me puse a pensar.
Nunca se trata de un conflicto generacional: la falta de entendimiento se da entre todos los seres humanos, y eso que somos los únicos seres vivientes poseedores de esa capacidad. «Antes de juzgar, camina con los mocasines del otro durante tres noches», reza un proverbio indio. No sé por qué, pero de repente entiendo que, para mi abuela, sus tardes de Chinchón con las Itas en la casa del pueblo sean el cielo.
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