¿De qué color son, en realidad, las marcas blancas?

Recuerdo aquella época perfectamente: la nevera siempre estaba llena de alimentos. Nunca fallaba. Tampoco lo hacía la despensa. Si uno tenía hambre, sólo debía abrir una portezuela y zamparse lo que quería. Eran buenos tiempos: vivía con mis padres. Llegó el momento en que me fui de casa, para ir a la universidad. Vivía con otras estudiantes en un modesto piso. Al principio, todo iba bien. La independencia se presentaba novedosa y atractiva; necesaria. Sin embargo, pronto comenzó la escasez, el hambre… y tuvimos que encarar la situación de la mejor manera posible: probando con el ahorro. Ya que no estábamos dispuestas a comer menos, decidimos adquirir productos de marcas blancas. Lo cierto es que alguna no sabía qué eran. Se trata de los productos que tienen la marca propia de una tienda; productos elaborados por una empresa, a los que le ponen la marca de otra. De un supermercado concreto, en el caso que nos ocupa. Por ejemplo, la marca de los supermercados del grupo Eroski es Consumer. En un principio, la idea resultó inaceptable para una amiga mía: «¿Cómo podré comer algo que no tenga una marca conocida? No podría». Sin embargo, con valiosas explicaciones, y el tiempo suficiente como para haber consumido productos de este tipo, se le pudo convencer. ¿Es usted como mi amiga? Mucha gente piensa de esa manera… hasta que prueba estos productos, y se entera de ciertas cosas; hasta el momento en que descubre que una marca blanca puede tener, por detrás, otro color más llamativo.

 

 ¿Qué es lo que frena a muchas personas, a la hora de adquirir un producto de marca blanca? La respuesta es sencilla: el pensar que no es de buena calidad. Sin embargo, el hecho de que un producto sea de marca blanca, no quiere decir que no haya pasado los niveles básicos de sanidad, o que sea, en definitiva, muy distinto a un producto de marca conocida. Es decir, la leche de marca blanca ha pasado por unos exámenes de calidad, y no proviene de ningún otro animal que no sea una vaca. Mucha gente se preguntará por qué, entonces, si es igual, cuesta más barato. Lo que, de verdad, nos interesa a todos es saber de dónde provienen los productos de marcas blancas. Hay varias razones por las que ese producto se vende a un precio inferior: Una de ellas es que para las empresas pequeñas y medianas que van surgiendo, es una buena solución para tener ganancias a corto plazo. Éstas se alían con los distribuidores, y crean marcas blancas. Para una empresa nueva,  darse a conocer y conseguir la lealtad de un cliente hacia un producto es una tarea muy costosa. Hay que tener en cuenta los gastos de embalaje, publicidad, promoción del producto… Por otra parte, las grandes empresas, las conocidas, también crean marcas blancas. Un buen ejemplo de ello es la cerveza de marca blanca de Hipercor, que es producida por Mohou. En Asturias, también en Hipercor, la leche de marca blanca es de Central Lechera Asturiana. La razón por la que las grandes empresas distribuyen marcas blancas son, también, varias. En ellas hay excedentes, y la mejor manera de ponerlos a la venta es ésta. Además, y esto es lo más relevante, en estos productos de marca blanca las empresas se ahorran una importante cantidad de dinero en los aspectos destacados antes (sobre todo, en publicidad).

 

Las estadísticas muestran que hoy día ha aumentado, considerablemente, el número de personas que compran marcas blancas; que no tienen dudas respecto a la calidad de estos productos, porque los han probado, y saben que, en numerosas ocasiones, detrás de ellos están los fabricantes de las marcas de toda la vida. Esto ha hecho cambiar la percepción sobre el tema, haciendo que se pase a verlas como buenas marcas, con las que, además, se ahorra dinero. Sin embargo, la experiencia me dice que estas estadísticas no son demasiado específicas. Preguntando en diferentes supermercados, a todo tipo de gente, se llega a la conclusión, en primer lugar, de que la gente, en general, no sabe lo que son las marcas blancas. Después de explicárselo, muchos son los que adquieren un gesto de extrañeza, y no contestan. De los que sí lo hacen, podríamos decir que las personas mayores (de más de 35 años) son más reacias a comprarse productos de marca blanca. En cambio, la gente joven es la que más compra este tipo de productos. En las encuestas realizadas, se refleja que ocho de cada diez personas adultas prefieren las marcas conocidas; y nueve de cada diez jóvenes, por el contrario, consumen marcas blancas. Se trata de una clasificación muy general de los tipos de consumidores que existen.

 

 Habría que tener en cuenta, para un análisis más exhaustivo, otros factores, como el poder adquisitivo de cada persona, la influencia de la publicidad en cada uno, si estamos hablando de un hombre o de una mujer… Sin embargo, la categorización elegida ha servido para darse cuenta de ciertas cuestiones, como por ejemplo, que la elección de un producto de marca conocida depende, en gran medida, del dinero de que disponga uno. En las encuestas realizadas, pude comprobar que la mayor parte de las personas de más de 35 años, que tienen un trabajo estable, no se planteaban el hecho de adquirir una marca blanca. Algunas decían que teniendo dinero, preferían gastárselo en lo más caro; otras justificaban su compra por la influencia de la televisión… Los pocos que dijeron que sí compraban estos productos eran personas muy mayores, con una pensión muy baja. Por el contrario, muchos estudiantes los compran porque les gustan, pero todos coinciden en que la primera vez que los probaron fue por ahorrar.

 

La conclusión sigue siendo la misma: a la gente le da miedo probar las marcas blancas, por creer que son de baja calidad. Nada más lejos de la realidad, como ya sabe un buen número de personas. Hace unos años, en el reverso del producto siempre venía escrito el nombre del fabricante. Hoy día, sólo quedan algunos productos que lo traigan escrito, explícitamente. Buenos ejemplos son la mayonesa y el chocolate de la marca Consumer; fabricados por Ybarra y Zahor, respectivamente, información que se le da al cliente, de forma clara. El resto de los productos tienen una reseña, el N.I.F. (número de identificación fiscal), que corresponde a una empresa, ya sea pequeña, mediana o grande.

 

Para poner en marcha el negocio de las marcas blancas, las empresas hacen una especie de pacto con los supermercados. Se distribuyen esos productos más baratos, pero estos se tienen que vender en mayor medida. Llegados a este punto, uno se pregunta ¿Y es cierto que se venden más estos productos? La respuesta es sencilla y contundente: Sí. La calidad en numerosos artículos es la misma, y el producto, más barato. Pero, como se ha dicho antes, esto mucha gente no lo sabe aún. No todos somos tan hábiles como para darnos cuenta, solos, de este tipo de cosas. Los supermercados utilizan ciertas técnicas de marketing, para persuadir a los clientes de que compren unos productos u otros. Y aquí es en donde entra en juego esa «mano invisible», que regula la compra y la venta de los productos en los supermercados, y que nada tiene que ver con la conocida teoría de Adam Smith, sobre la oferta y la demanda: la persuasión.

 

El merchandising  

 

Es una estrategia que se utiliza en los supermercados, para que sus productos seduzcan al cliente. Está comprobado: hasta el 70% de la compra que hacemos, decidimos adquirirla en el mismo supermercado.

 

Los alimentos constituyen un bien elemental, de primera necesidad. ¿En dónde los adquirimos? Si no tenemos en cuenta las huertas, los animales que poseen algunas personas, la pesca o la caza ¿qué nos queda? El supermercado. Al «súper» vamos todos. Eso es bien sabido. Pero ¿compramos lo que realmente necesitamos? En numerosas ocasiones, salimos de hacer la compra con más artículos de los que teníamos pensado comprar. ¿A qué se debe? Pues eso: al merchandising.

 

Los científicos de las ventas juegan con el estado anímico de los compradores, mediante el «efecto Gruen», llamado así por el arquitecto austriaco Víctor Gruen, que diseñó el primer gran centro comercial en 1956. Su acción consiste en generar excitación y ansiedad, junto con una desorientación espacial, que lleva al cliente a deambular por el establecimiento.

 

«Nosotros analizamos el comportamiento del consumidor y le damos lo que quiere», explica Ignacio Olondo Serrano, «strategic account planner» de la empresa Esc/ Scholz & Friends. Es decir, encargado del diseño de las técnicas de venta en los supermercados. Por ejemplo, se encarga del marchandising de Champion.

 

«Son muchas las técnicas que se utilizan, para convencer al cliente de que compre más: Una decoración estratégica, una música agradable, diferentes luces, olores, llamativos colores…», según explica una fuente de Carrefour.

 

Éstas son algunas de las muchas técnicas persuasivas que se usan:

 

En los grandes supermercados, manejar el carrito de la compra resulta una complicadísima tarea, ya que todos parecen irse, sin saber por qué, hacia la izquierda. Por supuesto, esto tiene una sencilla explicación, y ningún misterio para los expertos en marketing: Los carros de la compra son diseñados para obligar a los consumidores a establecer la dirección con la mano izquierda, mientras la derecha se limita a empujarlo sin dificultad, quedando así libre, para coger los productos, cómodamente.

 

Los productos de primera necesidad, que todos compramos, se colocan en la estantería más baja; mientras que a la altura de los ojos se encuentran los productos de marcas blancas (que aportan mayores beneficios), y los que menos necesitan los consumidores. En la estantería más elevada, se colocan los productos de marcas más conocidas, justo encima de las marcas blancas, para que el cliente vea mejor la diferencia de precio, y se incline a comprar la marca propia del supermercado.

 

La música que se escucha de fondo, además de hacer compañía a los clientes y empleados, se utiliza para influir en la conducta de compra. Es rápida en las horas en que el supermercado está lleno de gente, y es lenta, si está vacío.

 

En cuanto a la iluminación utilizada, las luces son cálidas en la frutería y verdulería, para que estos productos parezcan siempre frescos. En la carnicería, son rosadas, para que la carne tome ese color, y en la pescadería son brillantes, para que las escamas de los peces actúen como reflectores, y, de esa manera, atraigan más.

 

En ocasiones, un aroma irresistible se expande por todo el supermercado, cuando abren los hornos de la sección de confitería, atrayendo, ineludiblemente, al cliente.

 

Los colores, por otra parte, son fundamentales. El rojo y el amarillo se usan para destacar novedades. El rosa combinado con azul cielo, atrae al comprador femenino. El rojo con un amarillo verdoso conquista a los hombres, y crea sensación de seguridad.

 

«Con las cámaras de vídeo no sólo se evitan robos; también nos sirven para estudiar el comportamiento del cliente, su actitud», comenta Ignacio Olondo.

 

Hay que darse cuenta, también, de ciertos engaños, como cuando se nos ofrece un producto que dice estar rebajado, cuando, en realidad, no lo está; o cuando se nos ofrece una unidad a un precio, y un pack de tres unidades del mismo producto, por ejemplo, a un precio que no es más reducido que la unidad multiplicada por tres. Sobre todo, ahora más que nunca, debemos tener cuidado con el cambio de moneda. Muchos somos los que no sabemos realizar, todavía, el cambio exacto, de euros a pesetas, y los redondeos de los vendedores son inevitables.

 

Éstas son sólo algunas técnicas utilizadas por estos profesionales de la persuasión. Es su trabajo; no se les puede culpar. La persuasión no es mala, forma parte de la vida del ser humano y se encuentra hasta en los más nimios detalles; incluso en este reportaje. Sin embargo, debemos tener en cuenta que una cosa es persuadir, y otra muy distinta, manipular y engañar. En nuestra mano está el saber distinguir.

El viejo y el mar

Reseña del libro de Ernest Hemingway

Ernest Hemingway, novelista estadounidense, nació  en 1899 y murió en 1961. Su estilo se caracteriza por los diálogos nítidos y lacónicos, y por la descripción emocional sugerida. Su vida y obra ejercieron una gran influencia en los escritores estadounidenses de la época. Muchas de sus obras son consideradas clásicos de la literatura en lengua inglesa.

Nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, en cuyo instituto estudió. Trabajó como reportero del Kansas City Star, pero a los pocos meses se alistó como voluntario para conducir ambulancias en Italia, durante la Primera Guerra Mundial. Más tarde fue enviado al ejército italiano y resultó herido de gravedad. Tras la Guerra fue corresponsal del Toronto Star hasta que se marchó a vivir a París, donde los escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein le animaron a escribir obras literarias.

A partir de 1927, pasó largas temporadas en Key West, Florida, en España y en África. Volvió a España durante la Guerra Civil, como corresponsal de guerra., cargo que también desempeñó en la Segunda Guerra Mindial. Más tarde fue reportero del primer ejército de Estados Unidos. Aunque no era soldado, participó en varias batallas.

Después de la Guerra, se estableció en Cuba, cerca de La Habana, y en 1958 en Ketchum, Idaho. Hemingway utilizó sus experiencias de pescador, cazador y aficionado a las corridas de toros en sus obras. Su vida aventurera le llevó varias veces a las puertas de la muerte: En la Guerra Civil Española, cuando estallaron bombas en la habitación de su hotel; en la Segunda Guerra Mundial, al chocar con un taxi durante los apagones de guerra; y en 1954, cuando su avión se estrelló en África. Murió en Ketchum el dos de julio de 1961, disparándose un tiro con una escopeta, en un acto de suicidio.

La vida de Hemingway es apasionante, constituyendo ésta un reflejo fiel de su personalidad. En esta entrevista entre José Zepeda, periodista de Radio Nederland, y José María Gatti, biógrafo del novelista, se puede entender algo mejor a este gran creador.

http://sites.rnw.nl/documento/GATTI%20HEMINGWAY%20(2).pdf

En 1952 Hemingway publica El Viejo y el Mar, una novela corta, convincente y heroica con la que ganó el premio Pulitzer de literatura un año después. En 1954 le fue concedido el premio Nobel.

Su última obra publicada en vida fue Poemas Completos, en 1960. Dejó sin publicar 3 000 páginas de manuscritos.

Son varios los asuntos que hay que destacar en esta genial y profunda obra. En cuanto a la trama, en esta novela, Hemingway cuenta la historia de un viejo y entrañable pescador, Santiago, que dedica su vida por entero a esta sufrida tarea. Concretamente, hace ya mucho tiempo que intenta capturar un enorme pez. Sin embargo, hace ya ochenta y cuatro días que el protagonista sale a la mar y vuelve con las manos vacías. La gente del pueblo se encuentra muy pendiente de él. Los más jóvenes se ríen. A otros, a los mayores del lugar, que le conocen mejor y saben de lo que en otros tiempos era capaz de hacer, les da pena. Sólo un muchacho profesa su amistad al viejo. Éste le enseñó a pescar cuando tan sólo contaba cinco años, y, por ello, se tienen un cariño mutuo muy acusado.

Un buen día, Santiago se hace a la mar, y, tras algún esfuerzo y ofreciéndole mucha carnada, el colosal y ansiado pez pica el anzuelo. Es este ejemplar tan grande, que consigue matarlo después de estar algunos días luchando con él, y haciendo gala de un vigor propio del mismo Sansón. El viejo intenta subirlo a la barca, pero el gran peso del animal no se lo permite; así que se dirige al puerto, con él atado en la parte trasera. Atraídos por la sangre que desprende el pez, aparecen unos tiburones que pretenden devorarlo. Se desata entonces una titánica lucha entre el viejo y los hambrientos tiburones, que convierten la travesía en un arduo e interminable camino. Poco a poco, esos feroces depredadores acuáticos conseguirán llenar su estómago con la carne del animal, dejando de él únicamente su espina dorsal.

Durante esa particular guerra, el anciano descubre la admiración que siente por ese pez, que ha constituido su mayor desafío. Una parte del alma del pescador desaparecerá con él bajo el mar.

Se trata de una trama sencilla, pero nada simple. Es grandiosa la capacidad que tiene Ernest Hemingway para que una historia, en apariencia llana, se torne la más emocionante de las aventuras, y que, además, contenga la profundidad de la que goza esta historia: tanta como el espacio en el que se desarrolla la acción.

Este espacio es el mar, fundamentalmente. Santiago habita en un pueblo costero, y, aunque en parte de la acción se encuentre ahí con el muchacho, la mayor parte de la novela se desarrolla en la mar. De hecho, cuando está en el pueblo, sólo piensa en coger la barca y adentrarse en el gran azul.

En cuanto al tiempo, la acción se desarrolla en unos pocos pero intensos días. Aunque bien cierto es que el protagonista recuerda, y esto también forma parte de la acción y, por tanto, del tiempo; rememora  tiempos de su juventud en los que era más fuerte o más ágil. Esta historia tiene lugar en el siglo XX. Se la contaron a Hemingway en 1935. El protagonista era un viejo pescador cubano.

La acción nos viene dada de la mano de Santiago, un pez, unos tiburones y un muchacho. Pero, principalmente, existe acción gracias a su protagonista y a su relación con ese magnífico pez y tiburones con los que guerrea.

Esa lucha del hombre y el animal solos, frente contra frente, compone una parábola sobre el individualismo que extrae el pescador de su derrota ante las fuerzas de la naturaleza, del destino. Supone, además, la íntima convicción de que su denodado intento y su negativa a darse por vencido, a pesar de todo, crean ya una victoria. “Si un hombre hace frente con valor a su destino y lo acepta con entereza, luchando hasta el límite de sus fuerzas, nunca podrá considerarse derrotado; porque el hombre no está hecho para la derrota: Un hombre puede ser destruido (entiéndase en sentido físico), pero no derrotado”, nos dice Hemingway en boca de Santiago.

Santiago es muy vivo, no en el sentido de que demuestra una agilidad aplastante, sino que es vivo en cuanto que el autor ha creado verdadera vida con este personaje. Consigue que el lector se meta en la historia y se convierta en un nuevo acompañante de Santiago. El viejo pescador, con sus sabios y breves monólogos en la barca sobre asuntos de la mar y sobre otros tiempos, y con sus intentos de diálogo con el gran pez, hace que la acción de esta sencilla trama se convierta en majestuosa.

Otro factor que contribuye a formar la acción de la obra es la admirable capacidad que posee Hemingway para describir la realidad. Hoy día, en las novelas, esta facultad se ha perdido casi totalmente. Según Linda Seger, famosa escritora de guiones de cine, en filmes, libros, documentales… el autor debe introducir elementos sorpresivos y de suspense, continuamente, pero con intervalos de descanso. Todo ello, naturalmente, para conseguir enganchar al espectador, lector u oyente. No creo que nadie piense que sean negativos estos elementos en un escrito. Sin embargo, mantengo que el entendimiento y la forma de llevar a la práctica esta teoría son totalmente erróneos. No es menester, como se observa últimamente en libros y películas, la introducción de tales factores de manera robótica. Es decir, que no por meter más y mayores enredos, la obra va a ser mejor. Hemingway alcanzaba esos objetivos de los que hablaba Séger, sin recurrir a la inclusión de vulgares líos en la trama. Por el contrario, este magnífico autor sabía a la perfección describir, narrar; que es el don que se necesita para escribir bien.

Además, hay que señalar que esa impresionante y perfecta capacidad descriptiva va acompañada en todo momento por una inaudita amenidad y fluidez, digna, solamente, de los más grandes escritores.

En otro orden de factores, El Viejo y el Mar supone una obra sobre la psicología de un anciano y sobre la ambición de las personas. Hay gente que quiere poder, dinero… Santiago quería un pez. Un pez que le daría dinero, pero, sobre todo, plenitud, y, por qué no, orgullo. Un orgullo que necesitaba demostrar desde hacía ya un tiempo. Eso es lo que le llena. Ese animal encarna sus más preciados deseos, y, sin él, su vida no estaría completa. Trata, pues, el tema de los sueños. No sólo de los sueños que uno tiene durante la noche, que, por cierto, Santiago tiene muchos, sino de los sueños que todos ansiamos para realizarnos.

En el libro se relata la consecución de un sueño, y, en apariencia, también el desvanecimiento de éste. Sin embargo, ello no ocurre. No se ha cumplido el sueño de Santiago para después arrebatársele. Es cierto que él quería que todos admirasen su pez, pero no ocurre así, probablemente porque hubiese supuesto un elemento irreal en la historia (era imposible que no se acercasen los tiburones para comerse al pez). La gente puede ver, así y todo, la espina dorsal del animal. Él lo ha pescado y con eso basta. Más aún, si el autor del libro hubiese querido que ni siquiera esa espina hubiese llegado al puerto, la esencia de la historia hubiese sido la misma. Santiago habría pescado el pez, igualmente, que es lo verdaderamente importante. El hecho de que los demás no se hubiesen enterado nunca, daría igual. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el viejo no sólo quería pescar tal ejemplar, sino que formaba parte de su sueño enseñarlo a los demás, por ese orgullo que necesitaba demostrar desde hacía ya un tiempo. Santiago, la gente del pueblo y el lector; todos en definitiva, nos damos cuenta de que el viejo no ha perdido la batalla.

Me impresiona el dolor que sufre el viejo por capturar el pez, tanto físico como moral, aunque en mayor medida, el físico, y, por supuesto, cómo es descrito ese malestar, todo ese sufrimiento. El autor hace que sintamos el malestar del que habla en nuestra propia carne.

Acerca de los personajes, hay que decir que son dos los principales, sin contar al pez, que bien podría considerarse como otro más. Sin embargo, se trataría de uno muy secundario, aunque sólo por el mero hecho de no hablar, ya que, con su inagotable aguante, consigue crear la historia, junto con el viejo.

Continuando con este orden inverso de importancia de los personajes, y para dejar lo mejor para el final, hablaré del chico: Manolo. No hay mucho que decir de él, ya que son breves sus intervenciones en la obra. Sin embargo, todo lo que se debe contar sobre Manolo es positivo. Se trata de un muchacho educado, amable, servicial, responsable… Pero, sobre todo, lo más importante es que adora a Santiago. Estaría dispuesto a hacer lo que fuera por él, porque, en cierto modo, fue quien le dio la vida (al haberle enseñado cuanto sabía; al haberle mostrado ese maravilloso mundo de la pesca). Es, sobre todo, un muchacho agradecido, una cualidad difícil de encontrar, ya que, como dijo una vez Dostoyevski en palabras del hombrecillo del subsuelo: “El hombre es el ser ingrato por excelencia”.

Por último, Santiago. Hay un sinfín de cosas que decir sobre él. En primer lugar, se trata de un hombre muy sabio: esa inteligencia que proporciona la experiencia. Esto se demuestra en un gran número de circunstancias que se relatan en el libro. Por una parte, el viejo sabe que la gente del pueblo se ríe de él, pero va por la vida como si no lo supiese y no le importase; una actitud sabia y necesaria. Aunque lo cierto es que sí le molesta. Por ello es también por lo que quiere pescar el gran pez.

Santiago es la personificación de la experiencia, además, y esto se ve cuando habla o piensa en alta voz, ya que dice cosas con una seguridad y un sentido inauditos. Santiago es un hombre muy sensible. Esto lo demuestra, por ejemplo, cuando continuamente atribuye a los peces características propias de los humanos. Este antropomorfismo lo demuestra con frases como: “Los delfines son buena gente”. Demuestra, además, humildad al pensar que el pez tiene un plan, que es más hábil y más noble que él… Por otra parte, es curioso y divertido el hecho de que considere a los animales y a los astros como hermanos suyos, y, por el contrario, desprecie de alguna manera a esa gente del pueblo que no se porta bien con él. En una ocasión dice que su pez tiene una gran dignidad, y que mucha gente no sería digna de comerle.

Santiago es un hombre pasional, sin duda. Ello se demuestra en su actuación al pescar, en ese afán que tiene cuando se sube a su barca. Pescar es su vida, y lo sabe todo sobre tal arte. Es un privilegio ver (en la imaginación de uno) cómo disfruta con su trabajo. Un trabajo que a él no le supone como tal, sino que significa un auténtico honor: la felicidad.

Santiago es, además, un hombre sencillo. Pero lo que más caracteriza a nuestro viejo pescador es, sin asomo de duda, su fe, su esperanza, sus ánimos. En una conversación con el muchacho, se habla de la fe que tienen los dos. Se trata de una breve frase, pero que, a mi juicio, tiene una fuerza importante en la obra, ya que ella trata, principalmente, el tema de la fe en los sueños. El muchacho dice: “Papá no tiene mucha fe”, a lo que Santiago contesta: “No. Pero nosotros sí ¿verdad?”. “Sí”, responde el muchacho con rotundidad. En otra ocasión, el viejo Santiago recuerda un capítulo de su juventud en el que venció a un fuerte atleta negro y concluyen sus pensamientos con una sentencia, que estremece por la seguridad que encierra: “Decidí que podía derrotar a cualquiera, si lo quería de veras”.

Una frase que define a la perfección a Santiago, y que debería ser lo primero que todos dijésemos por la mañana. No tiene por qué entenderse con literalidad, sino que se puede tomar una variación de la sentencia, y con un sentido más positivo, aunque con la misma significación; es decir, se podría decir: “Decidí que podía conseguir cualquier cosa, si lo quería de veras”.

Un biberón lleno de energía

Mi padre había estado todo el año poniendo su mayor empeño en un trabajo de horas interminables y responsable de un estrés demoledor. La recompensa, unas vacaciones junto a su mujer y su pequeña recién nacida. El viaje era largo, de Asturias a Alicante, y el día anterior él había llegado muy tarde a casa para dejar atados algunos cabos sueltos. Nada importaba, ya que ese viaje iba a ser el primero con su familia, y quería que fuese perfecto.

Así, al día siguiente, cuando el reloj marcó las ocho, los tres estábamos de camino hacia Alicante. En un momento dado, mis padres observaron que un vehículo estaba parado en el arcén de la autopista. «Qué peligro», se limitaron a comentar.

El viaje transcurrió entretenido: música de los Beach Boys, un sol radiante y sonrisas cómplices.

Una verdadera delicia que nos envolvió a todos, sin dejarnos ver nada más. Tan ocupados habían estado los días de mi padre, y tan tranquila estaba transcurriendo la marcha, que nadie se acordó de que era necesario repostar.

Habíamos pasado hacía horas Madrid, cuando el coche empezó a dar tumbos en mitad de la nada, y mi padre cayó en la cuenta de lo que sucedía. No podía creer que aquello le estuviese ocurriendo a él, un hombre tan precavido. Pero el destino es sabio, y el coche, en unos minutos, se quedó sin una gota de gasolina. En aquel arcén, en aquellos tiempos, no había a quién acudir: sin móviles, ni postes de socorro, ni nada de nada.

Tras un hora que parecía no tener fin, un hombre paró su coche y espetó: «No me digan nada; la gasolina», y, mientras mis padres asentían nerviosos, él sacó una lata de gasolina. «¿Tienen algún recipiente donde pueda echar unos litros?». Mi padre me arrebató el biberón con una sonrisa, y cogió otros dos que teníamos por si acaso.

«¿Cómo puedo pagarle?», preguntó agradecido mi padre, sacando su billetera. El misterioso hombre apartó la cartera, y pidió: «Compre un par de latas, y si alguna vez ve a alguien parado en la carretera, reparta la suya. Cuando eso ocurra, habrá pagado la deuda».

Hace un par de meses, con unos 23 años más a mis espaldas, iba yo con mi padre en coche a León. De repente, vimos un vehículo parado, y mi padre no dudó un segundo en detenerse. «No me diga nada; la gasolina», sentenció mi padre, al tiempo que sacaba su latita. «¿Tiene algún biberón por ahí? Digo… ¿recipiente?».

Cuando el hombre quiso pagar, mi padre nos contó a él y a mí una historia que nunca olvidaríamos.

La Malaventura de la egomanía

No sé cómo lo hacía, pero sabía arreglármelas de maravilla para eliminar cualquier sombra de tiempo libre que amenazase mi vida: estudios, libros, cursillos, talleres, música… No salía a bailar o a pasear, como la gente de mi edad solía hacer, porque aquello me parecía una especie de delito; una verdadera falta grave contra la lógica, estúpida e imperdonable. Me fascinaba leer y estudiar, por descubrir el sentimiento del momento y el alma de tiempo atrás; y la música, ya que con ella lograba evadirme de un frenético mundo del que ignoraba su escasa conveniencia. También me seducía el psicoanálisis. A él quería dedicar mi vida, y, por el momento, me entrenaba con las personas de mi entorno.

Daniela, una chica de mi clase, llamaba mi atención sobremanera. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, demostraba ser una persona egocéntrica, déspota, fría… Sólo pensaba en sí misma, en su comodidad. Se había matriculado en el colegio ese mismo año. No tenía  amigas, y no hacía nada por tenerlas. No se la veía demasiado dispuesta a ello. Yo la veía en la escuela, y  allí comprobaba lo egoísta que se mostraba.

Recuerdo que en cierta ocasión, una niña le pidió ayuda para hacer un trabajo, y de forma que me pareció cruel y despiadada, le dijo que no podía perder el tiempo «en trivialidades semejantes». La pobre chica se quedó atónita y nunca volvió a dirigirle la palabra. Así funcionaba su corazón.

Un día la encontré sola en el patio del colegio. Parecía triste, y no pude resistirme a preguntarle qué le ocurría. «Me siento fatal» – me contestó-. Me devora un vacío insoportable.

Entonces me miró. Sus ojos reflejaban dolor, quizá miedo. Veía en ellos aquella nada de la que me hablaba. Era seguro que tenía sentimientos. Sonó el timbre y tuvimos que ir a clase. Desde ese momento empecé a apreciarla. Por lo menos, «no es una causa perdida, pensé».

Más tarde, me di perfecta cuenta de lo mucho que me agradaba analizar las actitudes de Daniela. Probablemente se había convertido en la persona más interesante que había conocido; respiraba de diferente manera a los demás; poseía algo inexplicable y confuso, pero benévolo; de eso estaba convencida.

Pronto nos hicimos algo así como colegas, y un día me preguntó que por qué no salíamos a dar una vuelta por la ciudad. Al principio, me negué a tal propuesta  porque debía dedicarme a mi vida, pero ella no cesaba de insistir, así que acepté de mala gana, pensando que quizá podría convencerla de que abandonase, poco a poco, su  insano individualismo.

Fui a recogerla a su casa, y nos dirigimos al centro de la ciudad a mirar tiendas. En una de ellas, ella me preguntó sin rodeos:

-¿Por qué no caigo bien a la gente de clase? ¿Sabes algo?

 

-Bueno… Sí. Es que eres un poco… No piensas demasiado en los demás ¿no te parece? No sé… nunca ayudas a nadie, y deberías hacerlo; eres muy inteligente.

-No entiendo… Bueno, yo siempre estoy ocupada con mis cosas: mis estudios, mis libros, mi música…

-Ya…. Pero eso no supone una excusa. Siempre puedes encontrar un momento libre… ¿no?

-No

-Yo creo que sí.

-¿Tan claro lo ves? No sé. Creo que desde dentro no se ve todo tan fácilmente.

-No puede ser, Daniela, tú te darás cuenta de que no paras de pensar en ti misma, de que pasas de los demás.

-Te digo que no. Si no ¿cómo explicas tu ceguera ante la misma realidad?

-¿De qué hablas?

– Todavía estás a tiempo de cambiar. No es tarde, piénsatelo.

-¡Yo no soy así! ¡La gente no me pide ayuda!

-Porque conocen la respuesta. La leen en tu mirada. Saben que no tienes tiempo para nadie.

Entonces me caí al suelo. Alguien me había empujado. Cuando me levanté, ella ya no estaba. Supuse que se habría ido a su casa corriendo, avergonzada por lo inadecuado de su actitud, y yo también me marché de allí.

Medité durante toda la noche. Quizá tenía razón, y yo fuese igual que ella. Nunca nadie me había dicho algo semejante, y yo, realmente, nunca me había percatado de ello. Desde dentro, las cosas no se ven a la primera; «ve antes el humo el que está fuera, que las llamas quien está dentro». Dios… Había estado criticando a una chica que tenía el mismo defecto que yo.

A los dos días fui a su casa para hablar con ella de nuestro mutuo problema, para decirle que reconocía mi imperfección y para poder idear tal vez, alguna solución conjunta para él. Llamé a la puerta y me abrió una señora de pelo cano.  «¿Deseas algo?» – me preguntó-. «Por favor, me gustaría hablar con Daniela». Su semblante entonces se oscureció. «¡Oh…! ¿Es una broma, niña?». «¿Cómo? Yo sólo… sólo quiero verla un momento. Necesito decirle algo». «Niña…, Daniela es mi hija y lleva en coma un año».

Me fui corriendo, pálida, mareada y con la conciencia trastocada, desconfiando de mis propios sentidos. Al bajar unas escaleras de su jardín, choqué de lleno con otra señora mayor que la anterior, que pareció salir de la nada. «¡Ey! ¿Qué te pasa?»

Le conté lo acontecido, deprisa y casi sin vocalizar. «Es imposible que la hayas visto. Te habrás confundido de persona». «Sí -mentí-. Es seguro que sí».

«Ya no se puede hacer ninguna cosa. El médico no da ninguna esperanza. Además, si se despertase ahora, quedaría mal para toda la vida. Lleva casi un año».

Nos sentamos y hablamos más tranquilamente. Fue entonces cuando me dijo que era su tía, y comenzó su relato.

«En el lugar en el que vivíamos antes, sólo había gente que tenía escasas  posibilidades económicas. En la escuela, no la apreciaban mucho, decía ella. Su madre y yo  sabíamos que era porque siempre iba muy a lo suyo, y no compartía demasiado cuanto tenía. Ella nos decía: «Pero mamá, tita, ¡tenéis que comprenderlo! Me piden la comida que llevo al recreo, cogen mis cosas, las tocan… estoy rodeada de gente de un estrato social más bajo que el mío, ¡y no lo soporto!».

Era una postura de la vida equivocada, y se lo decíamos, pero ella era tozuda como la que más, y no iba a cambiar de opinión  fácilmente. Le decíamos que de vez en cuando, podía ayudarles con los estudios, dándoles un poco de su bocadillo en los recreos, o quizá con otro tipo de cosas. Por ejemplo, ya que su padre le había legado tanto, podía repartir comida y ropa  por todo el barrio, que tan falto estaba de todo aquello». «¡Tonterías!» Decía ella.

«Oye, era muy suya, egoistona ¡de acuerdo!, pero la queríamos mucho. ¡Tenía otras virtudes! Un día, unas chicas mayores del pueblo le dieron una paliza cuando ella se negó a darles un dinero que pedían. No… no quiero recordar».

 Me fui de aquella casa a paso ligero. Todo me daba vueltas, así que me senté. Estuve pensando durante muchísimo tiempo. O al menos, eso me pareció. Daniela llevaba en coma casi un año. De lo que debía entender…, ¿que había sido su alma la que había venido a la escuela todo este tiempo? Dios, sí. Imaginé, con un ligero escalofrío, que en la escuela nadie habría oído nunca nada sobre ella, lo que poco tiempo después pude confirmar. Daniela, supuse, había venido a verme acompañada de su egoísmo, quizá multiplicado, para que de esa manera, yo reparase en ella, en su gran deficiencia ética. Y lo hice. Me fijé. La chica no quería que a otra persona le ocurriese lo mismo que a ella.

Lo cierto es que me quedé realmente impresionada con aquella historia; me marcó profundamente. Tan profundamente afectada me quedé, que comencé a ser atenta con la gente de mi clase y, en fin, de mi vida. Me ofrecía a ayudarles en cualquier materia, quedándome horas y horas con esa gente todos los días, por las tardes, y percibía su sorpresa ante mi inusitada reacción. Yo misma estaba asombrada. Pero me gustaba. Sentía el placer característico de cuando uno ayuda a alguien, de cuando hace que esa persona sepa más, conozca más. Las cosas cambiaron e inicié una nueva vida. Era una persona sociable y caía bien a la gente no sólo por ayudarles, sino por mi forma de ser que antes no conocían. Les gustaba y yo me sentía como nunca.

Un día mandé una carta a la tía de Daniela, pidiéndole que por favor, iniciase esa obra de caridad que ya tenía pensada para su sobrina anteriormente; repartir, con el dinero que fuera un día de su padre, por aquel barrio, ropa y comida. Estaba segura de que si Daniela lo hubiese hecho, al final, se sentiría bien consigo misma y contenta. A mí me había pasado.

Un tiempo después me encontré con ella. Me dijo que realizó mi petición, y que Daniela  había muerto hacía escaso tiempo. Su tía me contó que cuando murió, lo hizo en paz, pues dejó de existir con una sonrisa.  

Con cierto desconcierto

Ignoro el estado en que me encuentro. Lo único que tengo claro es que un grado extremo de confusión se ha apoderado de mí. No sé dónde estoy.

Recuerdo que me encontraba sola… o triste, o triste y sola. Sola en mi tristeza, triste en mi soledad… qué más da. No es que me pesara la vida. No. Directamente, me aplastaba. Pensaba en ello, y, al momento, visualizaba un rótulo gigante que rezaba «Vida», llevaba unos titánicos zapatos con tacón de aguja, y no cesaba de pisotearme con la más diabólica intención, hasta que me daba cuenta de que mi rostro adquiría extravagantes y absurdos gestos, y la gran Vida dejaba entonces de bailar sobre mí.

Para que ésta le apalee a uno no es necesario que grandes o incluso módicas desgracias se hayan cruzado en el camino. Lo que para una persona puede significar una nimiedad o una sandez por la pequeña envergadura que parece conllevar, para otra, para la protagonista y víctima, puede constituir un motivo de depresión, disgustos dignos (si es que los disgustos pueden llegar a ser dignos), de la persona con menos suerte de todo el planeta.

Cualquiera me hubiese dicho que yo no tenía razones para ser infeliz, pero yo las veía, las notaba, las sentía. Vivía muy lejos de mis padres desde hacía ya tiempo. Nos veíamos una vez durante el año, y en escasos periodos. Al principio, hablábamos por teléfono unas cinco veces en una semana. Después, la comunicación se fue reduciendo con el paso del tiempo, hasta el día de hoy, en que hablamos una vez al mes. Yo me encontraba siempre trabajando, y por esta razón, o quizá con esta excusa, no hablábamos todo lo que hubiésemos debido. La relación se iba enfriando con una celeridad extremada, y eso, a la larga, termina por  provocar una gripe: Una enfermedad, que si no se cura, se vuelve irreversible. Y eso era exactamente lo que nos ocurría a mis padres y a mí. Además, tenía más hermanos a los que trataban en mayor medida, y yo siempre había sido la independiente. Nunca me había importado o en ningún momento lo había pensado, pero lo cierto era que los necesitaba como el aire, aunque ni ellos ni yo nos diésemos cuenta.

Por otro lado, mi vida en el trabajo era monótona e insulsa. Trabajaba en el Departamento de Recursos Humanos de una gran empresa, y no me sentía realizada con lo que hacía. Mis superiores eran machistas y déspotas, y no permitían que las contadas mujeres que allí trabajábamos soñásemos con ascender algún día. En mi cabeza bullían ideas de todo tipo, ansiosas por emerger y ser reconocidas, pero yo misma terminé por nominarlas Las utópicas.

En cuanto a mis amigas, todas ellas salían con alguien. Yo no, lo que hacía que me encontrase completamente abandonada de la mano de Dios. No me molestaba el hecho de no tener novio. Por supuesto que no. Precisamente, el tenerlo siempre me atemorizó. Nunca he podido imaginarme con ningún chico más de tres horas seguidas. Supongo que siempre he tenido un alma libérrima e individualista, quizá sea eso. No lo sé. El caso es que no me sentía mal por ello. Lo que me disgustaba era que todas ellas sí lo tuviesen, porque ya no me dedicaban tiempo alguno, cuando yo contaba con todo el del mundo para ellas, para quien lo quisiese. Siempre he adorado la soledad física, pero no la moral.

Fue una etapa muy dura. Por todo eso, y por algo más.

Yo tenía el gusto de conocer a mi alma gemela, a mi Otra Parte. Trabajábamos en la misma empresa. Nunca mantuve con él conversaciones de más de quince segundos y por supuesto que en ese reducido espacio de tiempo no tratábamos temas trascendentes, eso es bien cierto, pero sólo físicamente nos encontrábamos mudos. Más allá del cuerpo, nuestras almas se comunicaban, reían, lloraban… se amaban.

No es necesario hablar con la Otra Parte y confirmar las sospechas del amor; ese amor se nota también con el silencio. Lo que ocurre en ocasiones, sin embargo, es que el alma se introduce en un cuerpo que, con el paso de los años, adquiere miedos o prejuicios varios que le impiden reaccionar rápidamente ante su parte del alma. Es negativo, pero inevitable. Forma parte de esta vida. A él le ocurrió esto. A mí también, y, a medida que transcurría el tiempo, y yo era entonces más consciente de nuestro común destino, más reacia me encontraba yo para reaccionar ante el Amor. Supone una ardua tarea explicarlo, porque la naturaleza del problema así lo es. Lo más grande, lo que no viene de este mundo, no se puede decir con palabras. Son las almas quienes hablan, y su lenguaje es complicado.

En ese momento, yo no sabía si el cuerpo de mi Alma gemela conocía la verdad de la situación. Aunque yo me decantaba por creer, por una serie de factores externos que así lo indicaban, que su cerebro no sabía nada de nuestro Amor.

Por esto, por eso y por aquello, sentía a Doña Vida taconeando encima de mi cabeza.

En ocasiones me inundaba la Ola Feliz. Se trata de una sacudida repentina de suma felicidad. Dura escaso tiempo, pero es algo por lo que merece la pena vivir. Un momento extremadamente intenso, mágico y, sobre todo, ocasional. Seguramente, eso es lo que lo convierte en algo único. Si continuamente nos invadiese una Ola Feliz, nos ahogaríamos, y perdería su encanto, su esencia. Este momento viene a mí cuando más lo necesito y menos lo espero. No se aguarda, porque uno se encuentra tan pésimamente, que no puede llegar a imaginarse que, en un segundo, vaya a mutar su ánimo y sentirse pletórico. También lo designo Instante Divino. Hace años elaboré una poesía:

«Cuando no creo en el adelante, cuando noto que el aire me falta, cuando siento que enferma mi alma, alguien me envía ese Divino Instante. Por tal placer doy una vida errante. Por tal honor doy mi ansia más alta. Por que en tal tempestad llegue tal calma, yo ofrezco todo y cambia mi semblante. Creo que se torna firme el paso. Noto que un soplo inunda mi ser. Siento que el alma no conoce ocaso por el Instante Divino conocer; obra fascinante, esplendor craso, que escaso tiempo podemos ver».

En esa desventurada época, mientras paseaba tranquilamente por la calle, me encontré con una Ola Feliz. Fue arrolladora. Me pareció que duró horas, días… Surgen como por arte de magia. Puede creerse que se trata de un recuerdo de algún suceso importante del pasado; alguna reserva de felicidad que permanece en la cabeza, que ésta manda al corazón, en un acto de inaudita generosidad. Sin embargo, no se trata de algo que tenemos dentro. Existe un factor superior en todo eso. Lo sé. Eso se nota.

Bien, pues estando sumida yo en ese estado de trance, pude oír un potente claxon, y sentir el dolor más agudo de cuantos había sufrido en esta vida.

Transcurrió un tiempo hasta que volví a ser consciente. Cuando lo fui, me sentía extraña. Todo era distinto. No me dolía absolutamente nada, pero me encontraba pesada, como si mi carne se hubiese tornado plomo. Y la impotencia que ocasionaba el casi no poder moverme se sumaba al pésimo estado de mi corazón y de mi alma.

Estuve con sensación de somnolencia, durante bastante tiempo, creo. Uno pierde la noción cuando se evade de él, y yo me encontraba fuera del tiempo y del espacio. Entonces, llamaron a la puerta. Eran mis padres. No conseguía creérmelo. Habían recorrido setecientos kilómetros sólo para verme. Sin duda, todo era diferente. Nada más verlos, me alegré. De repente, me había olvidado del rencor, de una parte de mi tristeza, y, qué cosas, era como si me hubiese librado de unos cinco kilos de plomo. Ellos, en cambio, se mostraban apagados, sin vida. Se notaba que les había afectado el accidente, y lo cierto es que eso me hacía sentir bien. Por primera vez en toda mi vida, vi sinceros sus ojos, porque yo sabía que me querían, pero su mirada nunca me lo había contado, y mucho menos sus palabras. En ese momento los sentía más cerca que nunca. Recuerdo que me contaban cosas irrelevantes de gente que no me importaba, pero, en el fondo de mí, se lo agradecía sobremanera. Se estaban esforzando mucho.

Se quedaron unos días. En realidad, todo el mundo vino a verme unos días, tras aquel suceso. Estaban preocupados. Toda la gente que me quería y a la que yo quería me visitó, alternándose. Después vinieron mis amigos. Todos me contaban cosas. Asuntos relacionados con su trabajo, con su pareja, conmigo… Me sentía feliz. Por fin, todo volvía a ser lo que era antes. Con cada una de esas visitas, mi ánimo se levantaba. Me sentía globo e iba deshaciéndome de grandes sacos.

Sin embargo, esa época duró poco, ya que, sin saber por qué, la gente que iba a verme comenzó a hablarme en menor medida. Nos veíamos, yo sonreía, y mis amigos, mis hermanos y mis padres cada vez se mostraban más huraños. Ya no me contaban esas deliciosas trivialidades, que sólo se aprecian si uno no las vive, si se encuentra lejos.

Fue entonces cuando, sin saber cómo, entró él en mi habitación. Era Rednal. Mi Otra Parte. Nada más verle, supuse que su visita se debía a una pura y mera cortesía. Cuando se sentó en aquella silla, con notoria incomodidad psíquica, recuerdo que pensé que ojalá se fuese pronto, y que, para mi tranquilidad, seguramente lo haría en pocos minutos. Sin embargo, tardó en marcharse. Se quedó un tiempo, que a mí me pareció interminable, mirando a algún punto fuera de nuestro espacio, dirigiendo su vista hacia algún lugar en el que ni él mismo había estado. Yo no dije nada. No sabía lo que sentía. Por un lado, no deseaba que permaneciese allí sentado, si su visita se daba sólo por educación, y ello era lo más probable; pero, por otro lado, mi intuición comenzó a hacerme ver que no venía por cumplir con la sociedad. Uno de los aspectos que más me gustaban de él lo constituía su amistad con la verdad. Había escuchado en el trabajo, hacía ya unos años, que una vez casi le despiden por ser demasiado sincero con el director. Esto en cuanto a argumentos razonables, porque, por mi parte, tenía yo un sinfín de ellos más emocionales, menos objetivos y cuantificables. El principal era que la verdad se notaba en sus ojos. Y eso para mí ya era más que suficiente.

Tras esos eternos minutos, Rednal paseó su mirada por la habitación, hasta encontrarse con mis ojos. Fue un instante. Después, miró hacia abajo, y, poco a poco, levantó su vista de nuevo hacia mí. En esa primera visita, se quedó completamente callado. Yo ni siquiera le oía respirar. Era extraño que, habiéndose quedado en mi habitación tantas horas, no hubiese pronunciado ni una sola palabra. Creo que, aun estando su cuerpo allí, él se encontraba muy lejos.

Esa noche me revolví inquieta en la cama. Pensaba en muchas cosas; demasiadas. No sólo en Rednal y su extraño comportamiento, sino también en mi familia y en mis amigos, en por qué todos volvían a mostrarse distantes conmigo, si hacía unas semanas estábamos todos tan bien. No llegaba a alcanzar, ni mucho menos, un grado medio de comprensión sobre todo aquel asunto. Sí llegué a una determinación, sin embargo. Estaba dispuesta a conocer a Rednal, y a dejarme conocer. Quería estar con él.

Al día siguiente volví a recibir una visita suya. No sé si me sorprendió, o en el fondo sabía que iría a verme. Parecía mucho más calmado, aunque se notaba que, como yo, había pasado una mala noche. Esta vez sí me habló. Aunque se tomó su tiempo, lo hizo:

«Sé que casi no nos conocemos… o que eso parece… Bueno, he venido a ver qué tal estabas. Me lo contaron en el trabajo… Debió de dolerte ¿no? Aunque lo cierto es que yo te veo muy bien. Parece que sonríes…»

Yo me encontraba más que bien. ¿Cómo no iba a sonreír, teniéndole enfrente de mí, hablándome durante tanto tiempo? Esa noche la pasé pensando en la frase que dijo: «Sé que casi no nos conocemos, o que eso parece». ¿Qué quería decir? ¿Estaba sugiriendo que de alguna manera nos conocíamos? Es decir, ¿sabía que yo era su alma gemela? ¿Se había dado cuenta? ¿O simplemente no dominaba el lenguaje, y se había expresado en contra de su pensamiento? No lo sabía. De lo que sí me daba cuenta era de que, cuando se fue, me sentía mucho menos pesada.

Al día siguiente volvió. Mi alma dio un vuelco y mi cuerpo se aligeró aún más. Ya casi me sentía pluma. Su tercera visita suponía mucho más de lo que podía esperar. Entró con paso decidido, y con la mirada más triste que jamás había visto. Me dolió todo al verle, la verdad, aunque su visita ya había terminado de proporcionarme toda la felicidad que necesitara yo en esta vida. Supuso esto la paradoja más encantadora que sufriera yo nunca.

Él, por fin, se dejó guiar por él. Sólo por él. El mundo circundante se esfumó, como por consecuencia de algo mágico. Mientras hablaba, una inmensa luz salía de su cuerpo, de sus ojos. No era cegadora. Me sentía llena de vida mientas ésta me penetraba. No nos veíamos los cuerpos, sino que hablábamos de alma a alma. Ninguno de los dos nos encontrábamos sorprendidos, porque ya nos conocíamos y sabíamos acerca del más allá. Fue algo mágico, superior, inextricable, inexplicable. Hablamos de muchas cosas, con una extremada celeridad. Lo único que recuerdo ahora es lo último que me dijo su alma:

«No debiste preocuparte de ningún modo. Sabes que siempre estaremos juntos. Lo que ocurre es que parece que esta vez lo hayamos arrinconado en lo más profundo de nuestro ser. Nos hemos olvidado de qué es lo verdaderamente importante en la persona: Lo que vemos ahora; el alma. Sólo durmiendo tú en un coma profundo, nos atrevimos a ser sinceros con nosotros mismos «. 

Por ello, ignoro el estado en que me encuentro. Por esto, no sé dónde estoy. Tras escuchar las palabras de Rednal me quedé desconcertada. En coma. Sé que entonces, en ese momento, me ocurrió algo. He pensado que podría tratarse de un desmayo, pero ¿es eso posible? ¿Perder la consciencia dentro de un estado de inconsciencia? Supongo que no, pero sé que algo me ha ocurrido. ¿He muerto? ¡Pero yo razono! Me siento mejor que nunca. Nada me duele. Quizá ahí se encuentre la respuesta. Lo cierto es que todos han desaparecido. Ya no oigo ni veo a nadie, y me he librado completamente de la carga de plomo. Además, ya no los necesito. Sé que me reencontraré con Rednal. Tengo que esperar, pero no me importa. No sé por qué, pero no me molesta. En coma… ¿Fue tan grave el accidente? Pero… yo veía a la gente, no sólo la escuchaba. Qué extraño. Supongo que les veía en mi mente, con los ojos del corazón. ¿Y dónde me encuentro ahora? ¿En qué forma estoy? No veo mi cuerpo; no lo siento… ¿Soy mi alma? Cada vez me siento más ágil, más viva. Estoy muerta, seguro. ¿Y a dónde me dirijo? Es curioso que, incluso habiendo fallecido, la vida después de la muerte continúe siendo un misterio.

O no… Creo que siento Algo… Sí. Será mejor que cada uno lo descubra por sí mismo. Éste es un misterio que resolveremos todos, tarde o temprano.

 

 

 

Nanook el esquimal

(Robert Flaherty)

  Se trata de un documental realizado en Hudson, en 1922, cuyo argumento gira en torno a la vida de un esquimal: Nanook. Robert Flaherty, su director, en ésta, su primera obra, nos enseña los aspectos más comunes de la vida cotidiana de un esquimal; un tema bastante relevante, en cuanto a la curiosidad que despierta, y, aquí, reside el principal interés para el espectador. Para ello, Flaherty recoge imágenes de la naturaleza, propias de ese hábitat, tales como focas y diversos tipos de aves, típicas de esta zona.

Es, también, importante el hecho de que Flaherty (a quien se ha llamado, frecuentemente, «padre del documental») haya innovado, en el sentido de que optó por complicar la organización temática, algo que nunca antes se había realizado. Y es que los documentales de aquella época nos hablaban de simples viajes. Con Flaherty, viajamos a bellos y exóticos parajes, pero, además, emprendemos un viaje al corazón humano; un corazón que, seguramente, antes de conocerse el documental, se antojaba remoto: distante en el espacio y en el tiempo, pero que, tras verlo, se torna cercano y entrañable. Y, por ello, el espectador se siente identificado con Nanook, porque es, ante todo, un  hombre.

Ciertos aspectos que me llaman la atención, son, por ejemplo, su primer encuentro con un gramófono y comida enlatada; Cuestiones que señalan lo exótico que resulta todo lo relacionado con Nanook. Es importante darse cuenta de la relevancia de este documental, ya que, por él, se conocieron aspectos culturales, que no eran conocidos antes de esta grabación. Para ellos, la riqueza no se encuentra en el dinero o en sus posesiones, en general; por el contrario, la verdadera riqueza para este tipo de gente (esquimales) constituye la cantidad y calidad de sus perros.

Como he dicho, trata de la vida cotidiana de un esquimal, pero, profundizando, nos cuenta mucho más: se pone de manifiesto el conflicto de un hombre, al tener que intentar sobrevivir en un ambiente adverso y horrendo. Se trata de un componente dramático de gran relevancia, otra de las grandes aportaciones de Flaherty al género documental.

Por supuesto, las imágenes que constituyen este trabajo son reales, y es de destacar el tremendo esfuerzo realizado por todo el equipo (desplazamiento de personal, de pesado instrumental…). En cuanto a  los métodos de producción y realización, Flaherty emplea técnicas que no son propias de los documentales de la época, sino que lo eran de las películas de ciencia-ficción, por ejemplo, la descomposición de la imagen de cada secuencia; es decir, que el espectador pueda ver la acción desde diferentes ángulos. Él sitúa al personaje en el lugar más adecuado. Y decía que, en ocasiones, había que mentir, distorsionar algo, para capturar su verdadero espíritu. Así, creaba suspense, técnica dramática muy utilizada, posteriormente, por otros documentalistas.

El éxito de Nanook según Ellis, (un crítico), reside en el hecho de «poder ver  a gente corriente en actividades de la vida cotidiana, actuando frente a la cámara como si ésta no estuviese allí». Esto no sólo convierte a Flaherty en un claro precursor del tratamiento que se le da de  cotidiano, a los actuales documentales, sino que es claro precursor, además, del género audiovisual, psicodrama, al que pertenece, entre otros, Gran Hermano.

 

En el corazón de Navarra

Olite: un lugar perfecto para relajarse

Todo fin de semana es bueno para acercarse a Olite, una pequeña ciudad situada en el centro de Navarra, entre las montañas y la Ribera. Un lugar de ensueño para gozar de paz e introducirse en el pasado. Un tiempo pretérito cargado de historia. Una historia que continúa recordándose, por los impresionantes monumentos que alberga y el carácter tradicional de su gente, muy apegado al pasado. Una ciudad en la que, además, uno puede disfrutar de la mejor gastronomía, que cuenta con una amplia variedad de platos, y de unos excelentes vinos.

Olite es una ciudad tranquila. Cuando uno llega, no puede evitar sentir paz y armonía. Se siente en el aire, se ve en las calles, se palpa en su gente. Pero existe algo más que hace que sea diferente. Algo mágico y misterioso envuelve a esta pequeña ciudad de 3.200 habitantes. Y es que posee un largo pasado histórico que se encuentra íntimamente ligado a su población.

Su historia viene de lejos. No son muchas las ciudades del mundo que pueden presumir de una vida tan larga. Por los restos arqueológicos, se conoce que en época imperial romana (siglo I d.C.) un fuerte cinturón amurallado defendía un pequeño altozano en el que más tarde se fundaría esta villa medieval. El obispo san Isidoro de Sevilla, en su Historia de Regibus Gothorum (en donde estudia la historia de los godos) nos ofrece la primera referencia escrita sobre Olite. Según él, el rey godo Suintila fundó la ciudad en el año 625 d.C. con el nombre de Oligito, y la fortificó para hacer frente a los vascones. En la Baja Edad Media fue elegida una de las sedes favoritas de los Reyes de Navarra, Carlos III el Noble y Leonor de Trastámara. Además, se trata de una de las cinco Merindades Históricas del Antiguo Reino de Navarra (territorios en los que se dividía la administración). Ésta y las otras cuatro, Pamplona, Estella, Sangüesa y Tudela, fueron creadas por Carlos III en 1407. Todo olitense conoce esta historia, todos la sienten, y recuerdan a menudo su pasado. «Es un lugar pequeño, pero tenemos historia, un pasado… y eso nos enorgullece», explica Concha Fernández, una ciudadana de toda la vida.

Pasear por Olite se convierte pronto en una delicia. Nada más entrar en la ciudad uno se encuentra con el Casco Antiguo, en el que se pueden observar nobles caserones de piedra que lucen escudos de armas, y estrechas calles de nombres tan exóticos como el de la Tufurería, la Tesendería o la Rúa de la Judería.

 

Grandes obras medievales

En Olite no hay pérdida. Por la Rúa de San Francisco, que se halla en esa parte vieja, se llega a la Torre del Chapitel o Torre del Reloj, situada sobre un portal de arco, que, si se atraviesa, conduce a la renovada Plaza de Carlos III: la principal. Allí se alza el Palacio Real, considerado en su tiempo uno de los más lujosos de Europa, y que fue declarado Monumento Nacional en 1925. Este palacio, reflejo del brillo de toda una época y obra del rey Carlos III en el siglo XV, confiere una fuerte personalidad a esta fantástica ciudad, contribuyendo a dibujar el paisaje con su silueta gótica y monumental. 

Visitar el Palacio Real, soberbia construcción de nobles orígenes, constituye una tarea obligatoria. Cuando uno entra en él, se traslada a otra época, vive un sueño. En nada se parece a otros palacios españoles de su tiempo. Carlos III lo construyó al estilo de los suntuosos palacios de Europa. Naranjos traídos de China; un patio para corridas de toros; otro con leones, jirafas y demás exóticos animales; originales pajareras repletas de extrañas aves; un jardín flotante; y torres denominadas con mágicos nombres, como la de los Cuatro Vientos o la de los Niños, son elementos propios de un singular palacio, que han provocado que éste sea único en España.

Por otra parte, esta excepcional obra arquitectónica se encuentra adosada al Castillo Viejo, que es el actual Parador Nacional «Príncipe de Viana» desde 1928. Se encuentra en la Plaza Teobaldos, y en su entrada un cartel recita: «Calidad, amabilidad y leyenda». Residencia en los periodos de descanso de Carlos III, durante su infancia, fue escenario de cruentas luchas por el trono de Navarra (en el siglo XVI), y, posteriormente, en la Guerra de la Independencia, en 1808. Tras los múltiples avatares sufridos, hoy el confort y la historia se unen armoniosamente, para facilitar al viajero una estancia inolvidable. Expresión de piedra sobre piedra, en un juego de luces medievales, se levanta majestuosamente ante la historia y el arte de un casco urbano, cuya riqueza viene precedida por la fertilidad del llano y de las aguas del río Cidacos. 

Estar en Olite es como encontrarse en la Edad Media, porque los monumentos góticos que tiene contribuyen a ello. Además del Palacio Real y el Parador Príncipe de Viana, uno puede visitar la Iglesia de Santa María, también de estilo gótico, y con un meticuloso trabajo escultórico en su portada; la de San Pedro, una gran obra medieval en la que destacan el claustro y la portada románica; el Convento de San Francisco y el de las Clarisas; la Ermita de Santa Brígida; y también algunas galerías medievales.

 

El Olite de la Edad Media

 Existe otra razón por la que esta ciudad sigue pareciendo de otra época, y es que su gente se siente orgullosa por pertenecer al Olite de entonces. Se trata del afán por tener muy presentes sus raíces. Por esto, en numerosas ocasiones, este encantador lugar trae el pasado al presente, sin dificultad. El otro día se podía respirar, más que nunca, su aire puro cargado de historia: se estaba celebrando la primera boda civil en el Palacio Real. Todos los invitados iban ataviados con trajes medievales. La Plaza de Carlos III se convirtió en un auténtico escenario de novela. Uno se sentía como un personaje, capaz de emprender toda clase de aventuras inmortales. A la gente del pueblo, aunque fuese la primera boda medieval que se celebraba, no le sorprendió en absoluto: «Esa época es especial para todos nosotros. Es lógico que alguien haya decidido hacerlo», comentó Elena Gracia, una ciudadana. «Siempre se hace algo interesante: teatro clásico en la calle, bandas de música medieval…», continuó Elena.

 En los últimos años, la ciudad ha experimentado un fuerte descenso demográfico, que, por otra parte, hace que exista una fuerte cohesión social, y, de esta manera, Olite se convierte en el apellido de una gran familia. Todos se conocen muy bien, y se ayudan mutuamente. La gente está acostumbrada a preocuparse por los demás, y no actúan de distinta forma con el turista. Uno no puede sentirse más agradecido por este comportamiento, que hace que se desee regresar.

 

Gastronomía digna de reyes   

 Con tanto paseo, hay que comer, pero, sobre todo, hacerlo de la mejor manera posible. Y en esta ciudad cualquier sitio es bueno para ello. Sus habitantes así lo afirman: «En todos los restaurantes se puede disfrutar de una comida casera de la mejor calidad», comenta Manolo Ortas, un anciano conocido por su excelente paladar. El Parador, además de tener un servicio excelente, ofrece la mejor cocina tradicional navarra, y nueva cocina. «Todos los restaurantes de Olite son buenos: la comida es la misma. Lo que varía es la manera de cocinarla, y el servicio que se ofrece a los clientes», explica Antonio Bertolín Blasco, encargado del restaurante del Parador. En Casa Zanito, un restaurante ubicado en la Rúa Mayor, son conocidas las verduras de temporada, las alubias potxas y el brazuelo de cabrito al horno. La encargada de este restaurante, Pilar Sánchez, asegura también que todo lo que se sirve en Olite es de la mejor calidad, pero, por supuesto, recomienda su restaurante como primera opción.

En cuanto a la repostería, son conocidas las ensaimadas, que se diferencian de las de otros lugares por su reducido tamaño. Suelen tomarse con el café de la mañana. En Casa Vidaurre, desde 1900, se elaboran artesanalmente estos y otros productos, entre los que destacan los mantecados, las tortas de chanchigorri (compuestas por chicharrones, fundamentalmente) y sus helados.

Para los amantes del buen beber, y así acompañar toda esta comida, no hay nada mejor que probar sus vinos. A Olite se le conoce también por sus afamadas bodegas. Podría decirse que es la gran bodega de Navarra. Su larga tradición y sus instalaciones así lo indican. Sus vinos están adscritos a la Denominación de Origen Navarra. Además, la ciudad ha sido pionera en el establecimiento de una ruta convenientemente señalizada por todas sus bodegas, abiertas a visitas comentadas y a la degustación de sus vinos. Entre otras, destaca la Bodega Cooperativa Cosecheros Reunidos (1913), que tiene una capacidad de 3.000.000 de litros; la Bodega Cooperativa Olitense (1911), que alberga 3.850.000 litros; y las Bodegas Marco Real, con capacidad para albergar 6.000.000 de litros, y más de cien años de historia.

Está claro que son muchos los encantos de esta pequeña gran ciudad. Sin embargo, todo lo que se cuente sobre ella es insuficiente. Hay que ir allí para darse cuenta de esto, y comprobar que no sólo en la ficción hay escenarios mágicos y de ensueño.

 

Cómo llegar a Olite       

Por la carretera N-121 y la autopista A-15, dirección Pamplona-Zaragoza, se llega a la ciudad de Olite, situada sobre un cerro, a 5 kilómetros de Tafalla, y a 42 de Pamplona.

Dónde dormir

Para los más sibaritas, el Parador Príncipe de Viana, con un lujoso estilo medieval y 43 habitaciones, es la mejor opción. Se encuentra en el número 2 de la Plaza Teobaldos, y su teléfono es el 948 74 00 00.

El Hotel Carlos III el Noble, situado en la plaza del mismo nombre, ofrece unas preciosas vistas al Palacio Real. Su teléfono es el 948 74 06 44.

Por último, el Hotel Casa Zanito, en el número 16 de la Rúa Mayor, es algo más económico, y se encuentra en el centro. El teléfono de contacto es el 948 74 00 02.

Historia de una chica sola (La Cena)

Jorge Grau (1968)

El tema de la película es bien claro; por tanto, unitario. Así todo, la película está compuesta por siete complejas partes de diferente tiempo de duración cada una de ellas. El raccord de la película, en general, es bueno; tanto en el nivel de objetos, como de espacio, de dirección o de posición. Aunque sin destacar. En una escena, me ha parecido ver un fallo: al comenzar una conversación no demasiado breve, se  enfoca un coche rojo por su parte delantera. En cuanto ésta acaba, enfocan la mitad de tal coche, habiendo de señalar ya otro coche distinto.

La película está continuamente saltando en el tiempo. La única forma de que sepamos que es así, es el corte de pelo que se hace la chica al comienzo de la película, una actividad sin ninguna importancia en un caso corriente, pero aquí de especial relevancia.

El interés de la película está centrado en un solo tema: el amor que siente Ana por Luis. Las partes de que está compuesta la película, se basan en las opciones que imagina Ana que podrían pasar, al decirle Luis que deben dejar su relación. Un aspecto que no me gusta del largometraje, es que no es real, en el sentido de que Luis, cada vez que ella se imaginaba una de esas opciones, ¿a qué se dedicaba? ¿No le preguntaba que en qué estaba pensando desde hacía, aproximadamente, una hora? ¿O es que ella pensó las seis opciones en cinco minutos? Es un punto que no me ha gustado.

Por otra parte, la trama  es sumamente original y liosa. Creo que Jorge Grau buscaba confundir y sorprender al espectador, mas sólo en el transcurso de la película, porque al final, se entiende todo a la perfección. Y eso es lo que me parece sumamente original y nuevo, para la época en la que se creó este filme. Creo que ha servido de base para películas posteriores, como «Abre los ojos» de Alejandro Amenábar.

Creo que los personajes actúan bien, en especial, la chica. El doblaje lo encuentro bastante bueno, un asunto de vital importancia, opino, ya que cambia totalmente la que podría ser una genial actuación de un actor. Las reacciones de los personajes son muy reales, por tanto, ellos también. Algo que me ha llamado especialmente la atención, es un contraste fabuloso que explico a continuación. Se quiere hacer creer, en el transcurso de la película, que Ana es una chica muy pasional y loca. Quizá lo fue antaño, pero al final, demuestra que es de lo más racional que existe, pues antes de contestar a la pregunta de Luis (qué es lo que va a hacer), ella piensa las consecuencias de su futura respuesta.

Se trata de una historia muy interesante. No podríamos calificarla de otra manera. Entretenida, nueva e interesante, original y distinta, en resumen. Tiene un guión original, escrito por el mismo director. Es un filme totalmente psicológico, pues todo proviene de la imaginación de la chica, sin dejar casi espacio a los sucesos reales. Es una película que trata la complejidad de la mente humana.

Creo que los decorados y el vestuario son totalmente reales, adaptados a la época[1]. Creo que el color rojo utilizado por Grau en casi todos los objetos presentes en el filme, tiene un valor simbólico. Quizá nos quiera indicar, en mi opinión, el tormento que sufre ella por dentro, ya que tal color refleja agresividad. Su valor general es en exceso original. Tiene, por tanto, una función dramática. Esta misma función la tiene el empleo de las imágenes de los sanfermines. Creo que al margen de que allí hubiese conocido ella a Luis, tiene un significado más profundo. Cuando aparecía en su mente la matanza de un toro, era como si ella se sintiese así. Y el rojo, aumentaba el dramatismo existente en su interior.

Tratando el tema del encuadre y la composición, la imagen resulta totalmente expresiva, por el color que acabo de determinar, y la rápida sucesión de imágenes. Otro aspecto que debo señalar, es que por esta sucesión increíblemente rápida de imágenes, la película me recuerda a un corto. Y es que quiere transmitir un sinfín de sentimientos en una hora y veinte, aproximadamente. El detalle creo que está cuidado, en cuanto que el script (o ayudante de director) no ha fallado en  nada[2].  En cuanto a los movimientos de cámara, resultan totalmente expresivos y rápidos. Muy inteligentes, por ello. En la primera escena nos encontramos ya con un travelling lateral, lo único que no me ha gustado es que en esa misma escena, la cámara va «saltando», un método utilizado cuando se quiere hacer pensar que alguien está siguiendo a otra persona, y nadie, en ese momento la estaba siguiendo. Quizá encierre un significado, quizá quiera hacer participar al espectador en la película desde ese primer momento. No lo sabemos, pues hay que tener en cuenta que una forma de expresión artística (en este caso una película), es en exceso subjetiva. Tenemos también, un gran número de travelling circular, en torno a ella, más que a él, lo que vuelve a indicar el tormento psicológico que sufre (o más bien, que se imagina sufrir). Los flash forward se utilizan cuando ella se imagina lo que sucedería (después de comentarle él que lo quiere dejar), y hay flash back cuando recuerda las imágenes de los sanfermines, y cuando ella estaba con él en la playa. Se utiliza mucho el zoom rápido de lejos, a más cerca, enfocando así, primeros planos y alguno primerísimo (como cuando enfocan el pelo de la chica, en el momento en que se lo corta). Se utilizan también claroscuros, para engrandecer la figura de ella (en una  de sus fantasías; la primera) y de él (cuando le dice que quiere dejar la relación). También utiliza contraste, cuando ella, en otra de sus fantasías (la cuarta, creo recordar), habla con otra amante de Luis. Aquélla es alta, con un prominente escote y muy morena, mientras que a Ana se la ve baja, muy blanca y con un vestido muy recatado, todo, para indicar la diferencia entre la ex-amante, y la actual amante.

En cuanto a los elementos sonoros, el doblaje ya está comentado. Los diálogos, a mi parecer, no son importantes, ya que todo está en la imaginación de ella, y bastaría sólo con imágenes. Así y todo, no está muy bien tratado, lo poco que hay. La banda sonora es casi inexistente, sólo hay una canción al principio de la película, que se repite después. En el primer momento en que suena, ella se mira al espejo y está feliz (es antes de quedar con Luis para cenar), pero en cuanto la canción llega a un punto en el que el cantante adquiere un tono melancólico, ella se entristece. Quizá quiera señalar que ella intuía algo; que Luis la podía dejar. El segundo momento en que suena la canción, es cuando ella está en la tercera o cuarta parte de la película. Cuando ella se imagina que le ha pedido que se case con él. Aparte de esto, hay sonidos extraños en momentos clave, para aumentar el dramatismo.

Ya tratado el tema de la interpretación (bastante buena y real), señalemos que el montaje es nervioso y vivo. Hace que nos interesemos. Pero lo hace aún más esa repetición  de la imagen de la cena; ella cogiendo esa copa, mientras la cámara realiza un travelling circular.

Creo que la película, en general, decepciona a la gente porque no la entiende (hecho comprobado al final de la misma), pero también creo que, como toda película no comercial, está dirigida a un público muy reducido, y no busca satisfacer, en general. Probablemente se esperaba que fuese una película romántica o similar. Creo que hay una gran exactitud en la representación psicológica de los personajes. Las actitudes que la chica adopta en sus fantasías son algunas muy humanas, otras un poco fantasiosas y pasionales. En la visión de los personajes no hay ni clasismo, ni racismo, ni defectos parecidos. Los personajes son representados con dignidad. Sí que se prevé la mejora del hombre frente a las dificultades, ya que, desde el principio, uno se imagina (al titularse: «la Cena»), que la película dura lo que una cena, y te das cuenta de que no es la realidad lo que aparece en la pantalla, sino ficción, te percatas de que aquello se lo está imaginando ella, y de que por tanto, está pensando detenidamente lo que va a hacer, y cómo va a superar esa dificultad que él le presenta. La visión del mundo que se desprende de la obra es realista. En el transcurso del filme, se ven posiciones idealistas, pesimistas, pero todo en su imaginación, porque al final, elige otra opción que nos indica que es realista. Ella contesta a la pregunta de «¿Qué vas a hacer ahora?: «No lo sé». (la cámara se queda parada, para dar más intensidad a la última escena),  Con lo que indica un realismo aplastante, y además, se da cuenta ella de que no vale la pena imaginarse un final, porque ya dirá la vida. Me ha parecido un gran final, y en definitiva, una gran película.

Equilibrando la parte formal, y la parte temática, obtenemos una buena película, a mi parecer, mejor de temática que de forma, pero de cualquier manera, buena.

Caminando entre las bestias

 Se trata de una serie documental en la que se muestra cómo aparecieron en el planeta los antecesores de los animales que hoy pueblan la tierra. La obra, de la BBC (cadena televisiva inglesa), está dirigida por los mismos autores de Caminando entre dinosaurios, y cuenta con la más sofisticada tecnología en tres dimensiones. Esta producción constituye un ejemplo de las maravillas que se pueden lograr con una buena animación por ordenador, si se pone al servicio de un buen guión.

El documental refleja cómo vivían los animales prehistóricos que dominaron la tierra, después de la desaparición de los dinosaurios. Es una serie compuesta por seis episodios, de media hora cada uno de ellos. Gracias a técnicas de animación en 3D, se ha logrado recrear, con verosimilitud, el complicado movimiento de animales poco conocidos y ya extinguidos: criaturas que parecen un híbrido entre ave, reptil y mamífero; pájaros de media tonelada de peso; felinos de afilados colmillos… Al mismo tiempo, se describe la flora, y las condiciones climáticas que reinaban en aquel momento en el planeta.

La tecnología es la misma que la utilizada en Caminando entre dinosaurios, pero los animadores tuvieron que realizar un trabajo más sofisticado, ya que es mucho menos complicado imitar la piel de los dinosaurios que la de estas especies cubiertas de pluma y pelo. Por cada segundo de emisión, fueron necesarias más de 22 horas de trabajo.

Mi episodio preferido es uno en el que se narran las vicisitudes de la vida cotidiana de una ballena asesina (bascilasaurus), de dieciocho metros (cuatro veces el tamaño del tiburón blanco). La acción se desarrolla en la última etapa del Leoceno, que constituye el inicio del caos. Un sinfín de cambios climáticos se avecinan, amenazando a los mamíferos, que dominan ahora el planeta. El desastre comienza en el mar: El Tetis, que ocupa medio mundo. Allí habita esta ballena, que necesita 80 kilos de comida al día. Son malos tiempos, y no es fácil conseguirla. Las zonas acostumbradas a la lluvia se encuentran en sequía. La bascilasaurus, por otra parte, está encinta.

Es impresionante la facilidad con la que esta ballena acaba con la vida de una tortuga, como si su caparazón fuese endeble. La bascilasaurus busca comida en los lugares más improbables; está desesperada. En este episodio aparecen otros exóticos y originales animales, como los apidium (especie de primates), o el mirafidium, que parece el antepasado del hipopótamo, pero que, en realidad, está emparentado con el elefante, y cuyo peso es de 200 kilos. También aparecen rebaños de brontocia (dos veces más grandes que los hipopótamos de hoy día, pero con un cerebro tres veces menor). El androsarcus está emparentado con la oveja y la cabra, pero tiene piel de lobo. Tiene un metro de mandíbulas, y es carroñero. Todos los animales que se muestran en este episodio, constituyen posibles presas de la bascilasaurus. Creo que es original la manera en que se van uniendo, en el capítulo, las diferentes especies. Es espectacular poder ver a desconocidos animales luchando por la supervivencia diaria, en un hábitat adverso y complejo.

Al final, la bascilasaurus se alimenta con las crías de doradón, unas ballenas más pequeñas, y, de esta manera, evita su muerte, y la del feto que lleva dentro. Es la ley del más fuerte. Por fin, nuestra ballena asesina consigue parir. Su cría ha sobrevivido. Pero esto es sólo el comienzo del caos: el final del Leoceno. Un 20% de los seres vivos morirán.

Las imágenes de la serie son de una calidad extraordinaria, gracias a las nuevas tecnologías utilizadas (3D); la música, muy acertada en todo momento, proporciona cercanía al espectador, ya que es tensa y viva cuando los animales luchan por su vida, y sueve, cuando han conseguido su presa. Las melodías utilizadas mejoran la calidad de la serie en alto grado. El off no resulta de ninguna manera monótono, y, como la música, hace que el espectador se meta de lleno en la acción que se narra.

Creo que esta serie documental es un ejemplo de exactitud, belleza y, a la vez, espectáculo, ya que entretiene sobremanera. La precisión científica con la que trata los hechos es asombrosa, espectacular; y hace que el espectador se meta de lleno en ese mundo prehistórico tan atractivo.

Por otra parte, es importante destacar que, antes de esta serie, era elevado el número de misterios que encerraba esta época y estos animales prehistóricos. Nunca, anteriormente, se había elaborado un documental sobre estos. Nadie pensaba en ellos. Y, al ver estos capítulos, el espectador se adentra en un mundo nuevo: algo impensable hoy día, cuando ya está todo inventado, cuando todos los temas han sido tocados. Ha sido, sin duda, un gran acierto.

El pez bobo

 No puedo olvidar aquel olor, la inquietud de todos al preparar el cebo, la fuerza al tirar la caña, la incertidumbre y la tensión al aguardar en silencio… 

A nosotros nos iba la vida en aquello. Observé cómo uno feúcho se acercaba a aquel gusano enredado en la caña, y que a mí particularmente me parecía muy poco apetitoso. Lo olió, se separó de él, dio unas cuantas vueltas alrededor, volvió a olisquearlo… y picó. ¡Picó! Parecía que no iba a caer, pero al fin lo hizo.

 

¿Cómo podía ser tan estúpido? Peces como aquél eran los que daban mala fama.  Ahora sabía a qué se referían cuando hablaban del pez bobo: seguro que a peces como aquél. Yo nunca me dejaría coger.