
(Entrevista publicada en El Periódico Universitario en octubre de 2011)
Lourdes Coronel vivió los atentados del 11 de septiembre, desde Washington
Lourdes es una chica ecuatoriana, que estudia en la Universidad de Navarra. Sus padres llevan dos años viviendo en Washington. Por todo ello, viaja a menudo; y el 11 de septiembre se encontraba en la capital de EE.UU. Siempre recordaremos esa fecha; siempre, con un estremecimiento. La sorpresa e incredulidad se apoderaron de cuantos seguíamos los acontecimientos, a distancia. Pero ¿qué es lo que sintieron realmente las personas que lo presenciaron?
R.F: Lourdes, ¿cuándo te fuiste a EE.UU.?¿En qué fecha?
L.C: Llegué a New York el día 8 de septiembre. Fui con mis padres sólo para conocer la oficina en la que trabajaba mi hermano. Por la ventana de su despacho veíamos las Torres. Recuerdo que mi madre comentó, como tantas otras veces: “¡Hay qué lindas que se ven las Torres!”. No se notaba nada, lógicamente. Era un fin de semana como otro cualquiera. El día 10, por la tarde, nos fuimos a Washington.
R.F: ¿Dónde estabas cuando te enteraste del atentado contra las torres gemelas? ¿Qué hora era?
L.C: Pues… Alrededor de las nueve de la mañana; en cuanto se dio en el noticiario. Mi padre se acababa de preparar para ir al Banco Interamericano (en donde trabaja), pero rápidamente se le comunicó desde allí, que no fuera ya que estaban desalojando el edificio.
R.F: A pesar de que todavía no había tenido lugar el atentado contra el pentágono…
L.C: Sí, cierto. En EE.UU. la gente está acostumbrada a hacer simulacros por cualquier cosa, y esto no era para menos.
R.F: Lourdes, ¿qué fue lo primero que se te pasó por la cabeza? ¿Pensaste que era un accidente, o de inmediato supusiste que se trataba de un atentado?
L.C: Bueno, nadie sabía qué estaba pasando. No daba tiempo a pensar. Los informadores tampoco sabían, y lo único que teníamos en la cabeza era confusión. Al principio me pregunté cómo en el siglo XXI un avión no veía una torre tan imponente, pero luego llegó el otro y lo tuvimos claro: un atentado.
R.F: ¿Llamasteis inmediatamente a tu hermano?
L.C: Era difícil despegarse del televisor, y a los quince minutos llamó él. Tampoco sabía nada. En realidad, los Medios hicieron una labor excelente: todos nos enteramos de las mismas cosas a la vez. Luego, a medida que pasaba el tiempo, las líneas se colapsaban, hasta que nos fue imposible contactar.
R.F: Después, en el pentágono…
L.C: Bueno, ya no nos lo creíamos. Mi casa está a tres cuadras (calles) del pentágono; ¡Se veía el humo! La catástrofe nos estaba tocando a nosotros y sólo pensábamos que se nos iba a caer una bomba encima.
R.F: ¿Saliste ese día a la calle? ¿Se respiraba miedo, histeria…?
L.C: Por la tarde salí a comprar leche porque nos faltaba, ¡y en los supermercados no quedaba nada! La gente ya estaba pensando que se tendría que quedar en casa una buena temporada. Las calles en Washington estaban vacías; las tiendas, cerradas. ¡Era una ciudad fantasma! En New York había más nerviosismo: la destrucción fue más espectacular.
R.F: Supongo, entonces, que sólo habría policías, bomberos…
L.C: Impresionante: ¡En cada esquina había militares con sus tanques de guerra! ¡Me sentía en una película! Había periodistas, también, que me preguntaban cómo me sentía… Todo parecía de ciencia-ficción.
R.F: Lourdes, tú estuviste en Nueva York hace menos de un mes. ¿Cómo está la ciudad?
L.C: Terrible. Todavía huele a humo. A las dos semanas era agobiante, no se podía respirar: Era como meter la cara en un cenicero. Ahora huele a quemado, es impactante. Además todavía quedan restos de las Torres… Ahora es… otro mundo.
R.F: Cuando te fuiste, ¿notaste mucho los cambios en la seguridad de los aeropuertos?
L.C: Sí, pero creo que eran “métodos de última hora”. Quiero decir, que se tomaban medidas extrañas, que no servían de nada. Como si estuviesen mal pensadas. Por ejemplo, hacían un sorteo por cada diez pasajeros, y al que le tocase, le abrían todo el equipaje allí mismo. A mí me quitaron el mechero y la lima de uñas. En los aeropuertos había muchísimos coches de policía.
R.F: ¿Se veía menos gente en los aviones?
L.C: Sí, sí. El vuelo que tomé a Miami iba prácticamente vacío, y eso nunca había pasado antes. Me he dado perfecta cuenta de que si la gente puede evitar los aviones, los evita.
R.F: Lourdes, ¿conoces a alguien que, después de los atentados, no quiera volver a trabajar en Nueva York?
L.C: ¡Muchísima gente! Yo conozco muy bien a un chico que estaba enamorado de su trabajo y de Manhattan; además, qué curioso, salía con una chica judía y sus padres no estaban del todo de acuerdo, por la diferencia cultural. Aunque la relación entre ellos no iba muy bien, éste fue el detonante para que terminasen. Él me dijo que “en ese momento” se dio cuenta de que la diferencia entre culturas es muy importante. Este chico, además, ahora ya no quiere vivir en Nueva York: es impresionante.
R.F: Con la perspectiva del tiempo, ¿con qué sentimiento te quedas?
L.C: Me impactó el estar en el corazón del mundo y ver que dos de sus símbolos más emblemáticos se derrumbaban ante mis ojos, y yo no podía hacer nada. La sorpresa, la confusión, y la impotencia estaban conmigo. Y lo que es realmente triste es que ni siquiera los líderes pueden ni podrán hacer nada, aunque volviera a pasar, porque el terrorismo es así, muy fuerte y capaz de derrumbar tanto lo físico como lo moral.