Cruce de almas

Ahí estaba: ése era el momento de cruzar nuestras miradas. Yo regresaba del baño y él ya se iba a casa. Estábamos a unos diez metros de distancia. Nos vimos a lo lejos, y a continuación pretendimos hacer algo. Yo me sacudí la falda de pelusas imaginarias. Él arregló las arrugas de su inmaculada chaqueta y movió ligeramente su cartera, como si le molestase justo en ese punto de su hombro.

Sabíamos que eso sólo llevaría dos pasos y que seguía quedando un abismo hasta pasar al otro de largo, así que yo me erguí y miré al frente decidida durante otros dos pasos. Sólo dos, porque pronto me di cuenta de que no tenía valor para enfrentar su mirada. Sabía que no mirarle era prueba de que me resultaba todo menos indiferente, pero eso no era lo que me importaba. Lo difícil era atreverme a mirarle a aquellos ojos en los que sabía me iba a perder.

Los siguientes dos pasos los caminé mirando a la ventana, pero inmediatamente me di cuenta de que estaba dándole mi perfil menos atractivo, así que miré abajo por una décima de segundo y volví a mirar al frente, pensando que era triste que a mi edad continuase siendo insegura.

A sólo cuatro pasos de mi Amor, miré al otro lado, abajo e incluso al techo que se extendía ante mí, tratando de encontrar una salida a mi estupidez. ¿Habría mirado él? ¿Iría a hacerlo? Cruzar nuestras miradas no sería algo casual. Él quería saber si yo era la que había estado escribiéndole durante tres meses. Estaba cansado de tener paciencia y si yo le miraba se daría cuenta, porque el alma se nos salía por los ojos. No iba a mirar. Yo no podía. Simplemente no tenía coraje.

A sólo dos pasos, mi alma me la jugó. Miré sin mover la cabeza, que ahora apuntaba al frente, justo como no quería que sucediese. Y él… él estaba mirando desde antes: quizá desde hacía un paso. O dos. Probablemnete esperaba paciente desde hacía ya diez. Y sonrió. Me sonrió a mí. Y de pronto comprendí lo que sintió Bécquer, y entendí que si un día le besaba moriría de placer y ya nunca sería la misma.

Esa misma tarde él me escribió y me dijo que había resultado encantador cuando tuve que mirar hacia otra parte.

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